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La Iglesia Latinoamericana en proceso de conversión sinodal

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La Civiltà Cattolica, sul cammino sinodale che la Chiesa latinoamericana sta realizzando attraverso varie iniziative.

di Daniel De Ycaza S.I. - Mauricio López Oropeza

En este artículo presentaremos la experiencia en los caminos sinodales de Latinoamérica de los años recientes y el acompañamiento espiritual que los ha asistido como mediación desde el discernimiento que nos permite tratar de seguir más de cerca al Señor. La nuestra, es una experiencia llena de limitaciones y fragilidades, pero, por otro lado, cargada de parresía y del coraje de buscar con terquedad los nuevos caminos más sinodales para la Iglesia del tiempo presente. No hay otro camino, el camino sinodal es el camino necesario hoy para el seguimiento de Jesús. Con mucha sencillez, expondremos aquí un proceso en el que están presentes los rostros y voces de un sinnúmero de personas que son parte de esta experiencia.

En concreto, estas reflexiones reflejan algunas mociones que vienen de dos acontecimientos recientes. El primero es el Sínodo Especial de la Iglesia Universal sobre la Amazonía, el cual comenzó en 2017, tuvo su fase Asamblearia en Roma en 2019, y que sigue en proceso. El segundo es la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, que comenzó en enero de 2021, tuvo su fase plenaria en noviembre de ese mismo año, y que sigue en pleno movimiento en conexión con el Sínodo de la Iglesia Universal sobre Sinodalidad. Es decir, procesos inacabados y limitados, pero llenos de enseñanzas por ser caminos de discernimiento en común, y de genuina escucha al pueblo de Dios.

Comenzamos con una oración contenida en la Constitución Apostólica Episcopalis Communio (EC) del Papa Francisco. Documento que es mucho más que un texto sobre estructura, y que revela el anhelo del Papa para una Iglesia plenamente sinodal. Esta oración, que es traída de la experiencia del Sínodo sobre la familia, es la mejor síntesis que conocemos sobre el camino Sinodal que estamos haciendo juntos como una Iglesia: «Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama» (EC 6).

En esta oración, descubrimos tres principios fundamentales que en la experiencia sinodal reciente de América Latina se han mostrado como verdades esenciales:

  1. La escucha es un don, es una gracia. Es algo que debemos pedir al Señor y que requiere de una actitud orante para que sea Dios mismo quien la otorgue. No se trata solamente de una capacidad particular, o de una herramienta en la que uno se puede entrenar; es, primero que nada, una gracia. Entrar en una experiencia de escucha genuina implica sacarse las sandalias en la tierra sagrada del encuentro con el Otro. Esta es una condición imprescindible.
  2. La escucha no es un ejercicio individual o autónomo. Es un proceso para reconocer a Dios como el centro del proceso sinodal, y de sabernos sus colaboradores en esta experiencia. Solo con Él podremos escuchar de verdad, y el destinatario es siempre el pueblo de Dios. Es el grito del pueblo el contenido prioritario de la escucha, nunca nuestra propia voz o nuestras propias ideas autorreferenciales. El Espíritu Santo irrumpe desde la voz del pueblo.
  3. Solo escuchando al pueblo podremos discernir en él la voz de Dios. Ese sensus fidei que pasa de ser un concepto teológico, a veces etéreo, se torna en un rostro concreto que es Jesús mismo que nos interpela desde y en el clamor del pueblo. Solo saliendo de nuestros espacios cerrados y seguros podremos ir al encuentro de ese pueblo de Dios que grita, que espera, y que tiene mucho qué decir expresando el propio deseo de Dios para su Iglesia.

Para presentar algunas claves que hemos extraído del proceso sindoal en América Latina, utilizaremos una imagen profundamente «improbable», pero absolutamente necesaria: la del ciego Bartimeo (cfr Mc 10,46 ss). Parece difícil considerar a un ciego que está sentado, inmóvil, al lado de la vía como guía de cualquier camino. De hecho, parece que a veces en nuestra Iglesia caminamos en las sombras, con una ceguera estructural. Sin embargo, este es un ciego redimido, un ciego que logra ver con ojos nuevos el modo en que Dios hace nuevas todas las cosas. El camino de redención de Bartimeo, es el propio camino de nuestra Iglesia en su búsqueda de ser más sinodal, más fiel en el seguimiento del Señor, buscando su propia redención.

La ceguera de Bartimeo es nuestra propia ceguera

En nuestra creciente incapacidad actual de responder a los signos de los tiempos – tanto los del mundo, como los de la propia Iglesia – reconocemos que hemos caminado en profundas sombras. Nuestras limitaciones, incoherencias y pecados, y nuestra resistencia a dar vida a los llamados del Espíritu – que nos fueron dados hace 60 años en el Concilio Vaticano II – reflejan nuestra propia ceguera e incapacidad estructural. Es imposible una conversión hacia una Iglesia Sinodal, sin reconocernos limitados y necesitados de redención, ciegos como Bartimeo.

En el proceso sinodal de América Latina, las participaciones más profundas, las expresiones más contundentes de conversión, han sido el resultado del reconocimiento de las propias limitaciones. Más que los aportes intelectualmente impecables, lo que más nos ha conmovido, como Iglesia, son los testimonios de reconocimiento de la propia fragilidad en el acompañamiento de las necesidades más urgentes que el pueblo presentaba. Abrazar nuestra propia miseria permite preparar el corazón para un encuentro genuino y para ser transformados por el encuentro con los otros que, como nosotros, también son frágiles.

Esas periferias antes indeseables e improbables, presentes en la experiencia Sinodal Amazónica y de América Latina – los pueblos originarios, los campesinos, los que tienen otras creencias, las mujeres que son juzgadas por expresar con voz firme su llamado a un trato en equidad – fueron las voces más lúcidas, reveladoras, y las que con más fuerza nos permitieron reconocer la necesidad de abrir los ojos.

Bartimeo, sentado a un lado del camino y condenado a permanecer en la periferia, experimenta un llamado que lo conmueve y lo moviliza. Igual que este personaje, la Iglesia necesita reconocer su condición limitada, lastimada, santa y pecadora, puesta a un lado del camino, sin relevancia e incapaz de abrazar todo lo que le duele al propio Cristo. Necesitamos reconocer nuestra propia condición de cruz y de estar necesitados de ayuda, para poder escuchar los llamados a lo nuevo. Bartimeo, sabiéndose irrelevante, percibe el paso de Jesús y comienza a gritar con toda fuerza. Grita para ser escuchado, grita para intentar salir de su condición. Nuestra Iglesia necesita la fuerza de la parresia para volver a gritar en el deseo del encuentro con el Señor que camina cerca de nosotros.

En los recientes procesos sinodales de América Latina, hemos experimentado la necesidad de nombrar aquello que nos impide caminar a través de los amplios procesos de escucha (87.000 en el Sínodo Amazónico – 22.000 de modo directo-, y al menos 70.000 en la Asamblea Eclesial). Los gritos desde y hacia la Iglesia en la escucha sinodal, nos llaman a confrontar el clericalismo; a afrontar la responsabilidad sobre los abusos sexuales y de poder, poniendo medios que erradiquen este mal difícil de perdonar. Estos clamores nos interpelan a reconocer el papel esencial de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, sin cuya presencia la Iglesia no tiene futuro; a reconocer la urgencia de responder a los desafíos del cuidado de la casa común, tan amenazada; a buscar modos de acompañar a los jóvenes desde sus propios espacios y modos; a dar un mayor protagonismo y reconocimiento a los laicos, así como acompañarlos en su formación; a reformar los itinerarios de los seminarios y la formación de los sacerdotes con elementos propios de la sinodalidad.

Por otro lado, estamos llamados a reconocer la centralidad de Jesús en este nuevo tiempo y la necesidad de discernir los modos de anunciarlo hoy en sociedades secularizadas; la urgencia de desarrollar nuevos ministerios; de crear estructuras eclesiales adecuadas para la realidad presente; de optar por los excluidos, sobre todo los pueblos originarios, afrodescendientes, migrantes y refugiados, quienes viven su identidad sexual diversa, y tantos otros rostros que nos piden gritar con ellos, entre muchas otras.

Bartimeo, escuchando el llamado de Jesús, y a pesar de que intentan silenciarlo, se pone de pie, abandona su manto y va al encuentro. Ese personaje aparentemente irrelevante, que abrazando su ceguera grita con el grito del mundo, con el grito de una Iglesia que quiere ser redimida, con nuestro propio grito, logra escuchar el llamado de Jesús, y sin pensarlo dos veces abandona su dejadez y su estado lamentable, se pone de pie con una fuerza que solo puede venir del Señor, y va a su encuentro. Lo intentan callar, impedir que se acerque, consideran que su grito es incómodo y tratan de detenerlo, pero él sigue adelante. No solo eso, para poder ir a este encuentro tiene que abandonar la que es, seguramente, su única pertenencia, su única seguridad. Abandona su manto, renuncia a lo que aparentemente era su sentido de seguridad y su fuente de vida, para poder descubrir el verdadero centro de su ser, el Señor Jesús.

En los caminos sinodales de América Latina de los recientes años, en medio de profundas fragilidades y equivocaciones, hemos asumido con fidelidad el llamado que desde el Concilio Vaticano II se ha ido tejiendo en nuestra región, y pese a todas las resistencias, los clamores y las esperanzas del pueblo han sido escuchados. A pesar de tantas voces del status quo que querrían impedir esas voces incómodas; a pesar de lo aparentemente ajenas que son las presencias de los pueblos indígenas o los representantes de las periferias para nuestros criterios religiosos, la fuerza de sus voces nos ha permitido escuchar más atentamente lo que el Espíritu Santo nos ha querido decir: necesitamos cambiar, ser transformados por estos encuentros.

La periferia es el centro. Esto lo ha expresado el Papa Francisco, pidiendo que esas voces desechadas por los constructores, sean verdaderas piedras angulares del camino de conversión de la Iglesia. Esos que cuidan la forma, por encima de los rostros concretos, son los que querían silenciar las voces que pedían conversión. En el Sínodo Amazónico quisieron acallar esas voces creando un falso escenario de un inexistente «Sínodo Pachamámico», cuando lo que se quería impedir eran los cambios de fondo, cambios urgentes, cambios discernidos con claridad y actitud orante dentro del aula Sinodal.

Asimismo, en la experiencia Sinodal de América Latina se ha hecho más evidente la necesidad de dar su adecuado lugar al sensus fidei del Pueblo de Dios. No se trata de sustituir las estructuras, el depositum fidei, sino de dar espacio al Espíritu para que no sea asfixiado, y que las formas sigan desarrollándose y las estructuras reformándose al servicio de la gran diversidad de la Iglesia, de su plena catolicidad. Sería imposible caminar sinodalmente sin abandonar los apegos que impiden seguir un itinerario conjunto, en diversidad de carismas y ministerios, con distintos roles y servicios en la Iglesia, pero caminando juntos y juntas en igualdad como bautizados y bautizadas.

Cuando Jesús pide que traigan a Bartimeo a su presencia, le pregunta ¿Qué quieres? Jesús interpela a este hombre ciego, aun sabiendo de antemano del mal que le aqueja, es decir, lo interpela para que sea capaz de nombrar aquello que necesita con más urgencia. Al interpelarlo, lo afirma como hijo. Ante esto, Bartimeo se hace cargo de su propia ceguera y por eso es capaz de pedir el poder ver. Se hace responsable de su incapacidad de ver y la pone en manos de Jesús.

En definitiva, este es un diálogo que refleja la necesidad de una escucha recíproca, no porque no seamos capaces de hacer nuestros propios diagnósticos para describir lo que sucede en la Iglesia, sino porque este hombre ciego, al igual que la Iglesia ciega, solo puede hacerse cargo de su condición al nombrar lo que padece. Así se abre un verdadero proceso de conversión, donde se produce un diálogo cuyo interlocutor principal es Jesús mismo.

En repetidas ocasiones, en la experiencia sinodal reciente de América Latina, se nos dijo que esto era una pérdida de tiempo. ¿Para qué tanto esfuerzo para escuchar lo que ya sabemos y que ya hemos estudiado a fondo?, ¿para qué tantos trabajos si nada va a cambiar?, y tantas otras preguntas de ese estilo. Frente a esto, quienes se aventuraban a participar de estos procesos sinodales con libertad y esperanza, experimentaban en carne propia la fuerza de la conversión al escuchar a los otros, al ser escuchados por los otros, y al discernir y soñar nuevos caminos juntos.

Hemos constatado que el cambio hacia una Iglesia Sinodal no se produce o se sostiene en los documentos, mucho menos en los eventos por sí mismos; la conversión sucede en el camino de la escucha compartida, en orar juntos, discernir y optar en lo concreto por los nuevos caminos que son posibles en cada realidad particular. En todos los sitios donde la escucha era prefabricada, reducida a los pocos de siempre, o convertida en un simple reporte de los diagnósticos que ya se tenían, pudimos constatar que independientemente de la fuerza de los documentos y eventos, nada cambiaba, porque no había un reconocimiento de la propia necesidad de conversión.

Si reducimos este Sínodo, y cualquier proceso sinodal, a una serie de actividades programáticas y tareas por cumplir, o a cumplir apenas con una lista de requisitos, habrá fracasado desde el inicio. Si el Sínodo no nos transforma a partir del encuentro con los «improbables», entonces ni el más perfecto documento producirá el fruto deseado de ser una Iglesia que camina más sinodalmente y que se deja interpelar. Es necesario no perder el foco, que no se diluya lo esencial del proceso, que consiste en dar el paso preciso hacia adelante, el que corresponde en este momento, para avanzar hacia una verdadera cultura de la sinodalidad en la Iglesia.

La conversión sinodal de Bartimeo se produce cuando, después de ser sanado, decide por convicción seguir a Jesús por el camino. El relato sobre la conversión de Bartimeo no termina con un final aparentemente previsible, cuando Jesús le devuelve la visión. No, el cambio más profundo de Bartimeo sucede cuando, habiendo recuperado la vista en el encuentro con Jesús, decide seguirlo por el camino, se hace un verdadero discípulo del Señor.

La misión de la Iglesia no es la sinodalidad, sino el seguimiento de Jesús; pero, sin sinodalidad, será imposible seguir a Jesús plenamente y en comunión con otros y otras. Es decir, la sinodalidad es un medio irrenunciable e impostergable, pero es un medio, con el único fin de revitalizar el seguimiento del Señor en nuestra Iglesia, para la construcción del Reino en un mundo roto.

En los procesos de América Latina hemos recibido constantes acusaciones de querer cambiar la Iglesia, sustituyendo lo central de ella por una moda momentánea de la sinodalidad. Lo cierto es que el modo sinodal es inherente a la identidad de la Iglesia desde su inicio. No puede ser ella, en plenitud, sin ese caminar juntos que se expresa en el propio modo de Jesús caminando con otros, sobre todo con aquellos considerados de las periferias, los y las «improbables». Este es también el modo predominante de proceder de las primeras comunidades cristianas, según los textos sagrados.

Pero, tal como expresaba el tema del Sínodo Amazónico, debemos encontrar los «nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral» y, como se indicaba en la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, estamos llamados a ser «discípulos misioneros en salida». Es un tiempo en que se necesita el «desborde del Espíritu», un «desborde sinodal». [1]

El 15 de octubre de 2019, durante la Asamblea del Sínodo Amazónico, el Papa tomó la palabra y dijo con firmeza: «No terminamos de hacer propuestas totales… estamos de acuerdo en un sentimiento común sobre los problemas de la Amazonía y la necesidad de responder, pero al buscar las salidas y soluciones, algo no satisface. Las propuestas son de remiendo. No hay una salida totalizante que responda a la unidad totalizante del conflicto… Con remiendos no podemos resolver los problemas Amazónicos. Sólo pueden ser resueltos por desborde… El desborde de la redención. Dios resuelve el conflicto por desborde».

Algunas luces

Ahora queremos compartir algunos aspetos de nuestra experiencia reciente en América Latina. En una experiencia de dimensión regional sin precedentes, se ha dejado atrás la visión de eventos aislados, ya que esta Asamblea es un proceso, el cual no ha terminado, marcado por diversas etapas, inspiradas en la propuesta sinodal de la Constitución Apóstolica Episcopalis Communio. En virtud esta se ha experimentado:

  • Una escucha amplia a todo el Pueblo de Dios, que quiso y decidió participar, con una intención clara de un alcance abierto y sin exclusión, y dando espacio a los «excluidos-as» o «improbables»;
  • Un profundo y vertebrador itinerario espiritual y litúrgico acompañando todo el proceso;
  • La elaboración de un documento para el discernimiento a partir de la escucha (con participación de por lo menos 70.000 personas en las distintas modalidades), el cual orientó la búsqueda de horizontes desde la propia palabra del pueblo de Dios;
  • Una fase de Asamblea Plenaria híbrida (virtual y presencial) con una participación sin precedentes en composición y cantidad: más de 1.100 personas (alrededor de 100 de modo presencial en México, y alrededor de 1.000 de modo virtual en toda América Latina y el Caribe, incluyendo cerca de 150 delegados hispanos de EEUU y Canadá);
  • Resultados a manera de 41 desafíos con sus orientaciones pastorales, trabajados en comunidad en los grupos de discernimiento, con los que se darán los siguientes pasos, que comprenden: documento de horizontes pastorales de la Asamblea, retorno de los desafíos al pueblo de Dios, conexión con el Sínodo sobre sinodalidad, consolidación de la renovación y reestructura del CELAM, entre otros.
  • Una composición amplia del Pueblo de Dios: 20% obispos; 20% sacerdotes y diáconos; 20% religiosas y religiosos; 40% de laicas y laicos.
  • La trasparencia del proceso, al haber presentado con total apertura los resultados de la Síntesis Narrativa de la Escucha para que todo el Pueblo de Dios pudiera conocer lo que se trabajó, con sus voces y contribuciones, y como modo de reciprocidad en la escucha.
  • Un método de participación y de discernimiento comunitario, que marcó profundamente la experiencia en los grupos de la Asamblea, con una evaluación profundamente positiva.
  • La espiritualidad fue un elemento esencial a lo largo de toda la experiencia, la cual centró nuestra vivencia en común hacia la búsqueda de la voluntad de Dios, a poner la palabra de Cristo, y su seguimiento, en el centro.
  • Se realizó una opción profunda por conectar esta experiencia con el Sínodo sobre la sinodalidad de la Iglesia universal. Se ha valorado mucho la presencia de representantes de otras regiones de la Iglesia en el mundo, de sus Conferencias continentales, sea de modo presencial como a través de comunicados.
  • Como fruto de la experiencia de discernimiento comunitario, se obtuvieron los referidos 41 desafíos para la Iglesia en América Latina y el Caribe. Unos son novedades pastorales, otros expresan la necesidad de mayor profundización y compromiso en diversos ámbitos.
  • La transmisión digital – puesta a disposición para todos los miembros del pueblo de Dios a través de diversos canales – de cerca del 80% de la Asamblea (excepto los grupos de discernimiento), permitió abrir la experiencia de la Asamblea a toda la Iglesia.

Reflexiones finales

¿Qué es lo más significativo de esta experiencia todavía en proceso? Lo más importante es hacernos esta pregunta que está en el centro de lo vivido: «¿De qué modo hemos sido transformados a nivel personal, comunitario y como Iglesia, por la experiencia de encuentro y escucha del Dios de la vida mediante las voces concretas del pueblo de Dios, sobre todo los más «improbables», y a qué nuevos caminos concretos me (nos) ha impulsado esto?»

Si no hemos vivido una genuina conversión (metanoia), la experiencia habrá sido en vano. Ningún documento final, ninguna lista de desafíos y de orientaciones pastorales, ningún elemento metodológico u operativo de la Asamblea, tienen sentido o valor si no nos ponen en la perspectiva de sabernos llamados a un mayor seguimiento de Cristo.

Para obtener más información, lea aquí...

 

[1] Cfr D. Fares, «Il cuore di “Querida Amazonia”. “Traboccare mentre si è in cammino”», en Civ. Catt. 2020 I 532-546.

 


A Igreja latino-americana no processo de conversão sinodal

La Civiltà Cattolica

de Daniel De Ycaza S.I. - Mauricio López Oropeza

Neste artigo apresentaremos a experiência nos caminhos sinodais da América Latina nos últimos anos e o acompanhamento espiritual que os tem auxiliado como mediação a partir do discernimento que nos permite tentar seguir o Senhor mais de perto. A nossa é uma experiência cheia de limitações e fragilidades, mas, por outro lado, cheia de parrésia e coragem para buscar com teimosia os novos caminhos mais sinodais para a Igreja do tempo presente. Não há outro caminho, o caminho sinodal é hoje o caminho necessário para o seguimento de Jesus. Com muita simplicidade, vamos expor aqui um processo em que estão presentes os rostos e vozes de inúmeras pessoas que fazem parte dessa experiência.

Em particular, essas reflexões refletem alguns movimentos que vêm de dois eventos recentes. O primeiro é o Sínodo Especial da Igreja Universal sobre a Amazônia, que começou em 2017, teve sua fase de Assembleia em Roma em 2019, e ainda está em andamento. A segunda é a Assembleia Eclesial da América Latina e Caribe, que teve início em janeiro de 2021, teve sua fase plenária em novembro do mesmo ano, e que ainda está em pleno movimento em conexão com o Sínodo da Igreja Universal sobre a Sinodalidade. Quer dizer, processos inacabados e limitados, mas cheios de ensinamentos, porque são caminhos de discernimento em comum, e de genuína escuta ao Povo de Deus.

Começamos com uma oração contida na Constituição Apostólica Episcopalis Communio (EC) do Papa Francisco. Documento que é muito mais do que um texto sobre estrutura, e que revela o anseio do Papa por uma Igreja plenamente sinodal. Esta oração, que se extrai da experiência do Sínodo sobre a Família, é a melhor síntese que conhecemos do caminho sinodal que estamos fazendo juntos como uma Igreja: "Pedimos antes de tudo ao Espírito Santo, aos Padres sinodais, o dom da escuta: escuta de Deus, até escutar com Ele o clamor do povo; escuta do povo, até respirar nele a vontade a que Deus nos chama" (EC 6).

Nesta oração, descobrimos três princípios fundamentais que, na recente experiência sinodal da América Latina, se mostraram como verdades essenciais:

  1. Escutar é um dom, é uma graça. É algo que devemos pedir ao Senhor e que requer de uma atitude de oração para que seja o próprio Deus quem o conceda. Não se trata apenas de uma capacidade particular, ou uma ferramenta na que se pode treinar; é, antes de tudo, uma graça. Entrar numa experiência de escuta genuína implica tirar as sandálias no solo sagrado do encontro com o Outro. Esta é uma condição imprescindível.
  2. A escuta não é um exercício individual ou autônomo. É um processo para reconhecer Deus como centro do processo sinodal e para nos conhecermos seus colaboradores nesta experiência. Somente com Ele podemos escutar de verdade, e o destinatário é sempre o povo de Deus. É o grito do povo, o conteúdo prioritário da escuta, nunca a nossa própria voz ou as nossas próprias ideias autorreferenciais. O Espírito Santo irrompe a partir da voz do povo.
  3. Somente escutando o povo podemos discernir nele a voz de Deus. Esse sensus fidei que deixa de ser um conceito teológico, às vezes etéreo, torna-se um rosto concreto que é o próprio Jesus que nos desafia a partir e no clamor do povo. Somente deixando nossos espaços fechados e seguros podemos ir ao encontro daquele povo de Deus que clama, que espera e que tem muito a dizer expressando o próprio desejo de Deus para sua Igreja.

Para apresentar algumas chaves que extraímos do processo sindoal na América Latina, usaremos uma imagem profundamente "improvável", mas absolutamente necessária: a do cego Bartimeu (cf. Mc 10,46ss). Parece difícil considerar um cego que está sentado, imóvel, à beira da estrada como o guia de qualquer caminho. De fato, parece que às vezes em nossa Igreja caminhamos nas sombras, com uma cegueira estrutural. No entanto, este é um cego redimido, um cego que pode ver com olhos novos a maneira como Deus faz novas todas as coisas. O caminho da redenção de Bartimeu é o próprio caminho da nossa Igreja na sua busca de ser mais sinodal, mais fiel no seguimento do Senhor, buscando a sua própria redenção.

A cegueira de Bartimeu é a nossa própria cegueira

Na nossa crescente incapacidade hoje de responder aos sinais dos tempos – tanto os do mundo, como os da própria Igreja – reconhecemos que andámos em sombras profundas. Nossas limitações, incoerências e pecados, e nossa resistência em dar vida aos apelos do Espírito – que nos foram dados há 60 anos no Concílio Vaticano II – refletem nossa própria cegueira e inadequação estrutural. É impossível uma conversão rumo a uma Igreja sinodal, sem nos reconhecermos limitados e necessitados de redenção, cegos como Bartimeu.

No processo sinodal da América Latina, as participações mais profundas, as expressões mais contundentes da conversão, foram o resultado do reconhecimento das próprias limitações. Mais do que as contribuições intelectualmente impecáveis, o que mais nos moveu, como Igreja, são os testemunhos de reconhecimento da nossa própria fragilidade em acompanhar as necessidades mais urgentes que o povo apresentava. Abraçar a nossa própria miséria permite-nos preparar o coração para um encontro genuíno e ser transformado pelo encontro com outros que, como nós, também são frágeis.

As periferias antes indesejáveis e improváveis, presentes na experiência sinodal Amazônica e de América Latina – os povos originários, os camponeses, os que têm outras crenças, as mulheres que são julgadas por expressarem com voz firme seu chamado por tratamento igualitário – foram as vozes mais lúcidas, reveladoras e as que mais fortemente nos permitiram reconhecer a necessidade de abrir os olhos.

Bartimeu, sentado à beira da estrada e condenado a permanecer na periferia, experimenta um chamado que o comove e o mobiliza. Como esse personagem, a Igreja precisa reconhecer sua condição limitada, ferida, santa e pecadora, colocada à beira do caminho, irrelevante e incapaz de abraçar tudo o que lhe doe ao próprio Cristo. Necessitamos reconhecer nossa própria condição de cruz e de estar precisando de ajuda, para escutar os chamados ao novo. Bartimeu, sabendo-se irrelevante, percebe a passagem de Jesus e começa a gritar com toda força. Ele grita para ser escutado, ele grita para tentar sair de sua condição. A nossa Igreja precisa da força da paresia para clamar de novo no desejo do encontro com o Senhor que caminha perto de nós.

Nos recentes processos sinodais na América Latina, temos experimentado a necessidade de nomear o que nos impede de caminhar através dos amplos processos de escuta (87.000 no Sínodo da Amazônia – 22.000 diretamente – e pelo menos 70.000 na Assembleia eclesial). Os gritos da e para a Igreja, na escuta sinodal, nos chamam a enfrentar o clericalismo; enfrentar a responsabilidade pelos abusos sexuais e pelo poder, colocando meios para erradicar esse mal difícil de perdoar. Estes gritos desafiam-nos a reconhecer o papel essencial das mulheres na sociedade e na Igreja, sem cuja presença a Igreja não tem futuro; reconhecer a urgência de responder aos desafios de cuidar da casa comum, tão ameaçada; buscar formas de acompanhar os jovens a partir de seus próprios espaços e caminhos; dar maior destaque e reconhecimento aos leigos, bem como acompanhá-los em sua formação; reformar os itinerários dos seminários e a formação dos sacerdotes com elementos próprios da sinodalidade.

Por outro lado, somos chamados a reconhecer a centralidade de Jesus neste novo tempo e a necessidade de discernir as modalidades de anunciá-lo hoje nas sociedades secularizadas; a urgência do desenvolver novos ministérios; de criar estruturas eclesiais adequadas à realidade presente; de optar pelos excluídos, especialmente, os povos originários, afrodescendentes, migrantes e refugiados, aqueles que vivem sua identidade sexual diversa, e tantos outros rostos que nos pedem para gritar com eles, entre muitos outros.

Bartimeu, escutando o chamado de Jesus, e apesar de tentar silenciá-lo, se põe de pé, abandona o seu manto e vai ao seu encontro. Esse personagem aparentemente irrelevante, que abraçando sua cegueira clama com o grito do mundo, com o grito de uma Igreja que quer ser redimida, com o nosso próprio clamor, consegue escutar o chamado de Jesus, e sem pensar duas vezes abandona seu descaso e seu estado lamentável, se põe de pé com uma força que só pode vir do Senhor, e vai ao seu encontro. Tentam silenciá-lo, impedi-lo de se aproximar, consideram seu grito desconfortável e tentam impedi-lo, mas ele segue adiante. Não só isso, para ir a essa reunião ele tem que deixar o que é, certamente, seu único pertencimento, sua única segurança. Abandona o seu manto, renuncia ao que aparentemente era o seu sentido de segurança e a sua fonte de vida, para poder descobrir o verdadeiro centro do seu ser, o Senhor Jesus.

Nos caminhos sinodais da América Latina nos últimos anos, em meio a profundas fragilidades e erros, assumimos com fidelidade o chamado que a partir do Concilio Vaticano II vem sendo tecido em nossa região, e apesar de todas as resistências, os clamores e as esperanças do povo têm sido escutados. Apesar de tantas vozes do status quo que gostariam de impedir essas vozes incômodas, apesar de quão aparentemente estranhas são as presenças dos povos indígenas ou representantes das periferias para os nossos critérios religiosos, a força de suas vozes nos permitiu escutar com mais atenção o que o Espírito Santo quis nos dizer: precisamos mudar, ser transformados por esses encontros.

A periferia é o centro. Isto foi expresso pelo Papa Francisco, pedindo que as vozes rejeitadas pelos construtores sejam verdadeiras pedras angulares do caminho de conversão da Igreja. Aqueles que cuidam da forma, acima de rostos concretos, são aqueles que quiseram silenciar as vozes que pediam a conversão. No Sínodo da Amazônia, eles quiseram silenciar essas vozes, criando um falso cenário de um "Sínodo Pachamamico" inexistente, quando o que queriam impedir eram mudanças fundamentais, mudanças urgentes, mudanças discernidas com clareza e atitude orante dentro da sala do Sínodo.

Do mesmo modo, na experiência sinodal da América Latina, tornou-se mais evidente a necessidade de dar o seu devido lugar ao sensus fidei do Povo de Deus. Não se trata de substituir estruturas, o depositum fidei, mas de dar espaço ao Espírito para que ele não seja sufocado, e que as formas continuem a se desenvolver e as estruturas a serem reformadas a serviço da grande diversidade da Igreja, de sua plena catolicidade. Seria impossível caminhar sinodalmente sem abandonar os apegos que nos impedem de seguir um itinerário conjunto, na diversidade de carismas e ministérios, com diferentes papéis e serviços na Igreja, mas caminhando juntos e juntas em igualdade como batizados.

Quando Jesus pede que Bartimeu seja trazido à sua presença, ele lhe pergunta: "O que você quer?" Jesus provoca esse cego, mesmo sabendo de antemão do mal que o aflige, ou seja, o provoca para que seja capaz de nomear o que mais precisa com mais urgência. Ao interpelar, o afirma como filho. Diante disso, Bartimeu toma conta de sua própria cegueira e, portanto, é capaz de pedir o poder de ver. Assume a responsabilidade de sua incapacidade de ver e a põe nas mãos de Jesus.

Em suma, este é um diálogo que reflete a necessidade de escuta recíproca, não porque não sejamos capazes de fazer nossos próprios diagnósticos para descrever o que acontece na Igreja, mas porque esse cego, como a Igreja cega, só pode tomar conta de sua condição nomeando o que sofre. Abre-se, assim, um verdadeiro processo de conversão, onde se produz um diálogo cujo principal interlocutor é o próprio Jesus.

Repetidamente, na recente experiência sinodal na América Latina, foi-nos dito que isso era uma perda de tempo. Para que tanto esforço para escutar o que já sabemos e que já estudamos a fundo? para que tantas obras se nada vai mudar? e tantas outras questões desse estilo. Diante disso, aqueles que se aventuravam a participar desses processos sinodais com liberdade e esperança, experimentaram em sua própria carne a força da conversão ao escutar os outros, ao ser escutados pelos outros e discernir e sonhar juntos novos caminhos.

Constatamos que a mudança para uma Igreja Sinodal não ocorre ou se sustenta nos documentos, muito menos nos próprios acontecimentos; A conversão acontece no caminho da escuta compartilhada, na oração conjunta, no discernimento e na escolha concreta dos novos caminhos possíveis em cada realidade particular. Em todos os locais onde a escuta era pré-fabricada, reduzida aos poucos de sempre, ou convertida em um simples relato dos diagnósticos que já se tinham, pudemos constatar que, independentemente da força dos documentos e eventos, nada mudava, porque não havia um reconhecimento da própria necessidade de conversão.

Se reduzirmos este Sínodo, e qualquer processo sinodal, a uma série de atividades programáticas e tarefas a serem cumpridas, ou a cumprir apenas uma lista de requisitos, terá fracassado desde o início. Se o Sínodo não nos transformar a partir do encontro com o "improváveis", nem mesmo o documento mais perfeito produzirá o fruto desejado de ser uma Igreja que caminha mais sinodal e se deixa interpelar. É preciso não perder o foco, que não se diluía o essencial do processo, que consiste em dar o passo preciso em frente, aquele que corresponde neste momento, para avançar rumo a uma verdadeira cultura de sinodalidade na Igreja.

A conversão sinodal de Bartimeu ocorre quando, depois de curado, decide por convicção seguir Jesus no caminho. O relato da conversão de Bartimeu não termina com um fim aparentemente previsível, quando Jesus devolve sua visão. Não, a mudança mais profunda de Bartimeu acontece quando, tendo recuperado a visão no encontro com Jesus, decide segui-lo no caminho, torna-se um verdadeiro discípulo do Senhor.

A missão da Igreja não é a sinodalidade, mas o seguimento de Jesus; mas, sem sinodalidade, será impossível seguir Jesus plenamente e em comunhão com os outros e outras. Ou seja, a sinodalidade é um meio indispensável e inadiável, mas é um meio, com o único propósito de revitalizar o seguimento do Senhor em nossa Igreja, para a construção do Reino em um mundo quebrado.

Nos processos da América Latina temos recebido constantes acusações de querer mudar a Igreja, substituindo a parte central dela por uma forma momentânea de sinodalidade. A verdade é que o modo sinodal é inerente à identidade da Igreja desde o seu início. Ela não pode ser ela, em plenitude, sem esse caminhar juntos que se expressa no próprio caminho de Jesus caminhando com os outros, especialmente com aqueles considerados das periferias, os "improváveis". Este é também o modo de proceder predominante das primeiras comunidades cristãs, segundo os textos sagrados.

Mas, como expressou o tema do Sínodo da Amazônia, precisamos encontrar os "novos caminhos para a Igreja e para uma ecologia integral" e, como indicava a Primeira Assembleia Eclesial da América Latina e do Caribe, estamos chamados a ser "discípulos missionários em saída". É um tempo em que é necessário o "transbordamento do Espírito", um "transbordamento sinodal". [1]

Em 15 de outubro de 2019, durante a Assembleia do Sínodo da Amazônia, o Papa tomou a palavra e disse com firmeza: "Não terminamos de fazer propostas totais... estávamos de acordo em um sentimento comum sobre os problemas da Amazônia e a necessidade de responder, mas quando se busca saídas e soluções, algo não satisfaz. As propostas são uma colcha de retalhos. Não há saída totalizante que responda à unidade totalizante do conflito... Com remendos não conseguimos resolver os problemas amazônicos. Apenas podem ser resolvidos por transbordamento... O transbordamento da redenção. Deus resolve o conflito transbordando".

Algumas luzes

Agora queremos compartilhar alguns aspectos de nossa experiência recente na América Latina. Numa experiência de dimensão regional sem precedentes, a visão de acontecimentos isolados foi deixada para trás, uma vez que esta Assembleia é um processo, que não terminou, marcado por várias etapas, inspirado na proposta sinodal da Constituição Apostólica Episcopalis Communio. Em virtude disso, experimentou-se o seguinte:

  • Uma escuta ampla de todo o Povo de Deus, que quis e decidiu participar, com uma intenção clara de um alcance aberto e sem exclusão, e dando espaço aos "excluídos-as" ou "improváveis";
  • Um itinerário espiritual e litúrgico profundo e unificador que acompanhe todo o processo;
  • A elaboração de um documento de discernimento a partir da escuta (com a participação de pelo menos 70 mil pessoas nas diferentes modalidades), o qual norteou a busca de horizontes a partir da própria palavra do Povo de Deus;
  • Uma fase híbrida da Assembleia Plenária (virtual e presencial) com uma participação inédita em composição e quantidade: mais de 1.100 pessoas (cerca de 100 presenciais no México e cerca de 1.000 virtualmente em toda a América Latina e Caribe, incluindo cerca de 150 delegados hispânicos dos EUA e Canadá);
  • Resulta na forma de 41 desafios com suas orientações pastorais, trabalhados em comunidade nos grupos de discernimento, com os que serão dados os seguintes passos, que incluem: documento dos horizontes pastorais da Assembleia, retorno dos desafios ao Povo de Deus, conexão com o Sínodo sobre a sinodalidade, consolidação da renovação e reestruturação do CELAM, entre outros.
  • Uma ampla composição do Povo de Deus: 20% bispos; 20% sacerdotes e diáconos; 20% religiosos e religiosas; 40% leigas e leigos.
  • A transparência do processo, tendo apresentado com total abertura os resultados da Síntese Narrativa da Escuta para que todo o Povo de Deus pudesse conhecer o que se trabalhou, com suas vozes e contribuições, e como forma de reciprocidade na escuta.
  • Um método de participação e discernimento comunitário, que marcou profundamente a experiência nos grupos da Assembleia, com uma avaliação profundamente positiva.
  • A espiritualidade foi um elemento essencial ao longo de toda a experiência, a qual centrou nossa vivência em comum na busca da vontade de Deus, para colocar a Palavra de Cristo, e seu seguimento, no centro.
  • Foi realizada uma opção profunda para conectar esta experiência com o Sínodo sobre a sinodalidade da Igreja universal. Foram muito valorizados a presença de representantes de outras regiões da Igreja no mundo, de suas Conferências continentais, tanto de modo presencial, quanto por meio de comunicados.
  • Como fruto da experiência de discernimento comunitário, foram obtidos os referidos 41 desafios para a Igreja na América Latina e no Caribe. Algumas são novidades pastorais, outros expressam a necessidade de maior aprofundamento e compromisso em diversos âmbitos.
  • A transmissão digital – disponibilizada a todos os membros do Povo de Deus através de vários canais – de cerca de 80% da Assembleia (exceto os grupos de discernimento), possibilitou abrir a experiência da Assembleia a toda a Igreja.

Reflexões Finais

Qual é o mais significativo dessa experiência ainda em andamento? O mais importante é fazermo-nos esta pergunta que está no cerne do que vivemos: "De que maneira fomos transformados a nível pessoal, comunitário e eclesial, pela experiência do encontro e da escuta do Deus da vida através das vozes concretas do Povo de Deus, especialmente as mais "improváveis", e a que novos caminhos concretos isso me (nos) impulsionou?"

Se não tivermos experimentado uma conversão genuína (metanóia), a experiência terá sido em vão. Nenhum documento final, nenhuma lista de desafios e orientações pastorais, nenhum elemento metodológico ou operacional da Assembleia, têm sentido ou valor se não nos colocarem na perspectiva de saber que somos chamados a um maior seguimento de Cristo.

Para saber mais, leia aqui...

 

[1] Cf. D. Fares, «Il cuore di “Querida Amazonia”. “Traboccare mentre si è in cammino”», en Civ. Catt. 2020 I 532-546.


The Latin American Church’s Synodal Conversion: Walking together from blindness to light

This article will present the Latin American experience of synodal paths in recent years and the associated spiritual accompaniment, starting with the discernment that allows us to follow the Lord more closely. Ours is an experience full of limitations and fragility, but also endowed with parrhesia and courage to boldly seek new synodal paths for the Church of the present time. With great simplicity we will describe a process that disclosed the faces and voices of countless people who participated in the experience.

These reflections reveal some instances found in two recent events. The first is the Special Synod of the Universal Church on Amazonia, which began in 2017, had its assembly phase in Rome in 2019, and is still ongoing. The second is the First Ecclesial Assembly of Latin America and the Caribbean, which began in January 2021, had its plenary phase in November of the same year, and continues, in full swing, in connection with the Synod of the Universal Church on Synodality. These are unfinished processes, full of experiences of discernment in common and sincere listening to the people of God.

 Read it all here.

 

 

Daniel De Ycaza S.I. - Mauricio López Oropeza
04 maio 2023
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