EL COVID-19. ALGUNAS PREGUNTAS ABIERTAS DESDE LA SOCIOLOGÍA
“La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos”. (Caritas in veritate 19). Un concepto o realidad impuesta por la pandemia ha sido el de “distancia”. Paradójicamente, la distancia impuesta por la pandemia puede hacernos más cercanos si crecemos en responsabilidad y fraternidad.
“La superación de las fronteras no es sólo un hecho material, sino también cultural, en sus causas y en sus efectos”. (CV 42). Es la primera pandemia de veras globalizada que toca algunas de las dimensiones de la globalización como la movilidad (de las personas y del saber) y las fronteras (o las no fronteras), porque ante la movilidad del virus, se han cerrado las fronteras para las personas para limitar la movilidad del virus. La novedad de la pandemia es que ha afectado de lleno a los países ricos y no estaban preparados.
La interconexión, característica de nuestro mundo globalizado que nos hace más cercanos los unos a los otros, está cargada de consecuencias o de repercusiones, positivas o negativas. La globalización permite un ejercicio de solidaridad global, saliendo de los límites, de las fronteras de nuestro pequeño mundo más cercano. La pandemia nos recuerda que somos ciudadanos del mundo, que pertenecemos a una misma y común humanidad, aunque es evidente que no todos viajamos en las mismas condiciones.
La pandemia afecta, desde mi punto de vista a la cuestión del VÍNCULO SOCIAL, de la cohesión social, del sentido de pertenencia a una humanidad común y compartida. (La cuestión del vínculo social forma parte de las preocupaciones sociológicas centrales de É. Durkheim, siendo la sociología -para él- la ciencia de los hechos sociales)
¿Podemos preguntarnos cómo la PANDEMIA afecta al hecho social de la globalización, a sus estructuras? La económico-financiera (flujos de capital especulativos), la cultural (estilos de vida con sus ideales y valores), la política (estados que pierden soberanía por los ataques ideológicos y por la vertiente financiera), y sobre todo la dimensión ideológica identificada con el neoliberalismo más duro o darwinismo social. Son preguntas.
Los VÍNCULOS tienen que ver con la cohesión social, con la eliminación de lo que disgrega, y por tanto también con la necesidad de justicia. No hay verdadero VÍNCULO sin justicia social, extendida a las generaciones futuras e incluyendo un cambio en la manera de relacionarnos con la Tierra / la Creación. (El mensaje de la Laudato si)
La PANDEMIA es una buena oportunidad para tomar conciencia de los VÍNCULOS que nos unen a la gran familia humana (una insistencia repetida por la Doctrina Social de la Iglesia) para reparar las injusticias que minan de raíz la salud de todos los hombres. La PANDEMIA una oportunidad para desarrollar un humanismo integral, solidario y sostenible que pueda animar un nuevo orden social, económico y político fundado sobre la dignidad y libertad de toda persona. Una oportunidad para combatir otro virus peligroso como el del egoísmo insolidario e indiferente que pone a prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las generaciones futuras. Virus que tiene su expresión a nivel colectivo y cultural, y que podemos identificar con la llamada “cultura de la indiferencia, del descarte”, en palabras repetidas del Papa Francisco.
La ideología-economía capitalista favorece un proceso de desvinculación entre los individuos y con el conjunto social (Una de las problemáticas claves de la sociología de Durkheim que utiliza en negativo el concepto de anomia como desvinculación). El individualismo posesivo que invade diferentes ámbitos (el económico, y sobre todo el cultural) produce una desvinculación afectiva. Lo cual provoca una disolución de los proyectos colectivos y un desinterés por lo que afecta a todos. Tal vez la situación creada por la PANDEMIA sea una oportunidad para contrarrestar este proceso de desvinculación.
Ante el peligro de desagregación, un factor sin duda peligroso para nuestras sociedades, debemos cuidar las relaciones que nos edifican y construyen colectivamente. Y necesitamos, para ello, una sana antropología, una ética amiga de lo humano, una concepción de la persona que considere que “el otro” forma parte de mí. VINCULADOS E INTERDEPENDIENTES. (Cf Evangelii gaudium 66-67: insistencia en los VÍNCULOS)
Vulnerabilidad e interdependencia, son realidades que han aparecido con fuerza en estos momentos ¿Cómo afecta a uno de los supuestos valores de nuestras culturas occidentales, como es el individualismo…? Somos relación hasta tal punto que la relación es la primera y fundamental categoría del ser (Esto tiene que ver con la filosofía, en antropología o en sociología se habla más de sociabilidad). Una invitación a cultivar relaciones de reciprocidad, de mutuo cuidado y de corresponsabilidad que son actitudes o valores sociales significativos.
En este tiempo de coronavirus, se ha demostrado la violencia de la desigualdad social y la injusticia. Mientras algunos pueden vivir en cuarentena en casas o apartamentos adecuados, la gran mayoría de los pobres están más expuestos al virus por la necesidad de salir para comer, para buscarse la vida, más expuestos a la muerte.
La alternativa puede ser: paradigma de vinculación o paradigma de salvación individual. Si asistimos a una clara degradación general de las relaciones humanas y también con la naturaleza, ello debe motivarnos a escoger y vivir determinadas actitudes básicas y fundamentales como la solidaridad y la cooperación. Actitudes necesarias para garantizar un futuro digno para la humanidad y salvar la vida. Sin embargo, sabemos bien que el sistema económico que nos envuelve y el mercado constituido como criterio regulador de los intercambios no se basan en la cooperación sino en la competición desenfrenada. Por eso se generan tantas desigualdades.
Y las hirientes o acusadas desigualdades sociales ponen también en peligro la democracia (Cf CV 32 EG 52 y 62), de suerte que no es equivocado afirmar que nuestras democracias son de baja intensidad, son democracias controladas por quienes detentan el poder económico-financiero.
El neoliberalismo se ha convertido en una ideología insoportable porque va dejando en los márgenes a sectores numéricamente cada vez más amplios que pasan a ser prescindibles, descartables. Dicha ideología genera una cultura insolidaria, calificada como «cultura del descarte». Una cultura que ha dado lugar también y como sabemos a una sobreexplotación de los recursos naturales… (Los dos gritos unidos: el de los empobrecidos y el de la tierra). Es el antropocentrismo exacerbado o desquiciado denunciado por el Papa Francisco en la LS.
“Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración” (LS 202).
Otra problemática sociológica fundamental que la pandemia nos permite abordar es la de los VALORES socioculturales (problemática significativa en la sociología de M Weber, así como en otras corrientes sociológicas que analizan los cambios sociales desde la perspectiva de los valores). Nos incumbe a todos definir los valores que deben guiar las políticas públicas en cuestiones fundamentales que tienen que ver con la defensa de la dignidad humana más allá de criterios técnicos o económicos, porque se trata de buscar una convivencia más humana -de nuevo la cuestión del vínculo social-.
En este sentido, la pandemia nos ofrece la oportunidad para cuestionar en su raíz las supuestas “virtudes o valores” del orden imperante impuesto por la ideología neoliberal o del capitalismo desenfrenado: acumulación ilimitada, competencia, individualismo, indiferencia ante la miseria de millones, la reducción del Estado. Una oportunidad para poner en cuestión de manera decidida una economía de mercado que lo comercializa todo o lo reduce a valor monetario, donde la centralidad está ocupada por el beneficio, el mercado y la dominación de la naturaleza y de los otros.
No olvidemos que: la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la «ecología humana» (CA 38) en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia (CV 51).
Quién sabe si el instinto de supervivencia puede hacernos, en una situación como la que estamos viviendo, más sociables, fraternos, colaboradores y solidarios unos con otros. Y si de verdad podemos pasar del tiempo de la competencia al tiempo de la cooperación.
La PANDEMIA no puede combatirse sólo por medios económicos y sanitarios -siempre necesarios e indispensables-. Lo que nos está pidiendo o urgiendo es cambiar el tipo de relación que tenemos con el otro y con la naturaleza y la Tierra.
El paso de la interdependencia de facto a la necesaria y deseada solidaridad no es automático: “Ante todo se trata de la interdependencia, percibida como sistema determinante de relaciones en el mundo actual, en sus aspectos económicos, cultural, político y religioso, y asumida como categoría moral. Cuando la interdependencia es reconocida así, su correspondiente respuesta, como actitud moral y social, y como "virtud", es la solidaridad. Esta no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (Sollicitudo rei socialis 38).
“El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano. Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador” (CV 9).
“… es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar ese impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez del de la marginación. Dicho pensamiento obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación.” (CV 53)
Por tanto, la espiritualidad de la solidaridad global -en palabras del Papa Francisco en LS 216 y 240- nos parece una espiritualidad adecuada para vivir de manera humana la interdependencia, reforzar los vínculos y hacer frente a nuestra vulnerabilidad puesta de manifiesto por la PANDEMIA. Solidaridad que, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia… (EG 228)
Las pistas posibles de reflexión giran en torno a las dos cuestiones planteadas: el vínculo social, y valores y cambios sociales.
Es posible que la situación creada por la pandemia haya trastocado algunos valores socioculturales, ¿cuáles y cómo? ¿Qué posibilidades de introducir o provocar cambios sociales significativos nos ofrece la situación vivida por la pandemia?
Como ya he señalado, algunas corrientes sociológicas insisten en la fuerza de los valores para provocar cambios sociales. Además, señalan los sociólogos que los valores tienen una carga emocional y mantienen la cohesión social. Son criterios simbólicos que orientan la acción. ¿En qué valores socioculturales o evangélicos apoyarnos -según el entorno sociocultural en el que vivimos- para hacer frente al desafío creado por la pandemia, o bien para reconstruir y fortalecer el vínculo social, la cohesión social?
Y en relación con la pregunta anterior. Es conocida la célebre tesis de M. Weber en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, que establece una “afinidad” (no una relación de causalidad) entre una creencia religiosa y el desarrollo de un determinado tipo de sociedad; o dicho de otra manera, cómo una creencia firme, vivida y puesta en práctica por un grupo social -religioso en este caso- puede reconfigurar una entera sociedad. Entonces, podemos preguntarnos “cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles… ya que es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones”. Los compromisos o acciones que puedan brotar de estas convicciones serían -según la sociología de Weber- acciones racionales en valor. Acciones muy distintas de las que son guiadas por la razón instrumental propia del paradigma tecnocrático y del antropocentrismo moderno como el Papa Francisco señala y desvela: “… el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana…” (LS 61). La tecnociencia y su lógica se dejan guiar solo por la razón instrumental.
La vulnerabilidad sufrida y constatada en este periodo y la interconexión puesta de manifiesto también en todos los análisis, se pueden traducir en una convencida invitación a la solidaridad. ¿Cómo afecta todo esto a una posible renovación cultural (CV 21 y 32) o revolución cultural (LS 114) de estilos de vida…? ¿Cuál es la fuerza y la autoridad moral de la fe que predicamos y su capacidad transformadora?
Carlos Collantes Díez sx
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