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S. Francisco Xavier: patrono de los misioneros

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Francisco Xavier: patrono de los misioneros

(Navarra 1506 – China 1552)

Fundador de las ‘Misiones Modernas de Oriente’: India, Islas Molucas, Sri Lanka y Japón.

Pablo, en la Carta a los Romanos, se hacía unas preguntas muy concretas acerca de las buenas nuevas, que les había dejado Jesús, y que Él quería que todos conocieran. Se preguntaba: “¿Cómo van todos a invocar al Señor, si no creen en Él? ¿Y cómo van a creer en Él, si no han oído hablar de Él?, ¿Y cómo van a oír hablar de Él, si no hay nadie que se lo anuncie?”. Las preguntas de Pablo, por cierto, evidencian la permanente urgencia de la presencia de los misioneros en el mundo entero para que todos puedan recibir la buena nueva de Jesús. S. Francisco Javier, desde luego, captó perfectamente el mensaje paulino y, lleno de fuego interior, se lanzó con determinación y en cuerpo y alma, en su aventura misionera, haciendo resonar así la Palabra de Dios en tierras extrañas y entre los numerosos pueblos paganos de India, Molucas, Sri Lanka y del lejano Japón. Fue, indudablemente, un espléndido misionero. No acaso, nuestro Santo Fundador, su gran admirador y seguidor, se inspiró a él para dar vida a nuestra familia misionera y, como primer campo de misión para sus jóvenes misioneros, optó por la China. Realizando, así, el sueño de S. Francisco Javier.

Los biógrafos de S. Francisco Xavier son concordes en reconocer las dos etapas, muy diferentes por cierto, de su vida: la etapa juvenil, de estudiante de filosofía y teología en la Sorbona de París (1525-1530), con pequeñas desbandadas en busca de gloria mundana, y la etapa de la madurez, por lo contrario, exitosa sea en los estudios que en la vida espiritual. La frase evangélica que le dirigió el gran amigo S. Ignacio de Loyola ‘de qué te sirve, Javier, ganar todo el mundo si pierdes el alma’, que S. Ignacio había aprendido de la lectura de la ‘Vida de Cristo’, de Ludolfo el Cartujano, escrita para los clérigos en busca de gloria mundana, penetró en el alma de Javier, cambió su vida y dio inicio a su pasión progresiva por Cristo y la misión (1533). Ese dulce encuentro con Cristo, que había experimentado en ocasión de los ejercicios espirituales ignacianos, cambió totalmente sus proyectos de vida futura, conduciéndolo hacia la naciente ‘Compañía de Jesús’, que S. Ignacio y cinco compañeros más de Javier estaban fundando.

En este proyecto, Francisco Javier vio la voluntad de Dios y la hizo propia. Exactamente como el hombre prudente del Evangelio, que edificó su casa sobre la roca, permitiéndole afrontar las crecientes y los vientos de la vida y permanecer firme. Javier confió siempre en el Señor y el Señor fue su roca y fortaleza, a la manera de la exhortación del profeta Isaías: “confíen siempre en el Señor porque el Señor es nuestra fortaleza para siempre”.

Guiado por Iñigo, Francisco Javier fue adquiriendo una sólida formación moral y espiritual, en cuyo centro destacaba la contemplación de la vida de Cristo, que lo indujo a decir: “mi voluntad es de conquistar todo el mundo”. La contemplación de todos los misterios de la vida de Jesús lo llevaron, poco a poco, a fundirse e identificarse con el Maestro y, según sus biógrafos, a elegir más pobreza, con Cristo pobre, que riquezas; oprobios, con Cristo lleno de ellos, que honores, y desear más ser estimado por vano y loco por Cristo, quien primero fue tenido por tal, que por sabio en este mundo. Y Javier, joven y brillante profesor de filosofía, renunció, de repente, a la cátedra universitaria, a sus títulos nobiliarios, a la canonjía de la catedral de Pamplona y a la herencia de su padre hasta que, en la fiesta de la Asunción de la virgen María en la iglesia de ‘Montmartre’, se consagró enteramente a Cristo junto con Ignacio y los otros cinco enormes compañeros (1534).

Tres años después, en Venecia, recibió la unción sacerdotal. Sucesivamente, con sus compañeros de ordenación, no pudiendo realizar el sueño de ir a Tierra Santa, se trasladan en la ciudad de Roma (1538) para presentarse al Papa y ponerse a sus órdenes. En 1541, finalmente, viene destinado a la misión de la India Oriental. Saliendo del puerto de Lisboa, con otros dos misioneros, inician las peripecias misioneras de Javier: un breve periodo en Mozambique y en 1542 en India, atracando en el puerto de GOA. Siguieron, luego, otras etapas apostólicas: primeramente en las Islas Molucas, en Sri Lanka y, más tarde, en Japón. Ejerció siempre el papel de superior, celante y exigente, de las misiones donde estuvo, y de padre Provincial de la India Oriental. En 1549, en fin, llega a Japón, en la ciudad de Kagoshima. Dos años después regresa a India y de allí a la puerta de la China, donde pocos meses después entrega el alma al Creador: era el 03 de Diciembre de 1552. Tenía sólo 46 años. Muere en vista de la tan soñada China, totalmente consumido por la pasión de buscar la gloria de Dios y la salvación de todos los hombres.

Tomando en cuenta las difíciles condiciones del transporte de aquel tiempo es, hoy, asombroso pensar en la cantidad de trabajo apostólico que ejerció; constatar su generosa entrega al apostolado, su total desprendimiento de las cosas materiales y su sufrida y radical separación de los vínculos familiares. En efecto, había salido de su terruño, la Navarra española, para nunca más volver. La misión, para él, fue de por vida. En cada misión se distinguió como ‘apóstol infatigable’ y versátil: enseñó a rezar, bautizó multitudes, redactó catecismos para todo tipo de público e instrucciones para sus catequistas. Fundó una misión tras otra y se distinguió en el ejercicio de la caridad priorizando siempre a los más necesitados: enfermos y pobres. En una de sus cartas a S. Ignacio, de hecho, revelaba su estilo de misionero incansable: “desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo”.

De la personalidad de Francisco Javier lo más destacado, sin lugar a duda, es su mística y alegre santidad, manifestada en ese especial ‘ardor misionero’ que, desde el tiempo de la universidad, lo impulsaba a escribir cartas a los profesores de las universidades de París para que convencieran a los jóvenes en favor de la causa misionera. Hijo espiritual de S. Ignacio, trató de poner siempre en práctica sus sabias enseñanzas. El amor que le tenía a la ‘Compañía de Jesús’ le facilitó una profunda identificación y alegre fidelidad sea al espíritu que al carisma de la Compañía. Todo lo que se refería a la Compañía lo sentía íntimamente suyo y, por tanto, suplicaba a todos los hermanos que le escribieran lo más que podían acerca de sus vidas y apostolados. Creo que a todos nos hace bien este ejemplo y modelo de identificación para relacionarnos con nuestra familia Xaveriana y con los hermanos de congregación. Apasionado de la obediencia, Javier se sintió siempre favorecido por el Señor en cualquier puesto se encontraba, incluso en aquellos de gran responsabilidad. En efecto, fue fundador y superior de las misiones, provincial religioso y nuncio del Papa en las Indias. Ocupó siempre puestos importantes, pero, actuó en cada circunstancia con exquisita ‘humildad’. Sus numerosas cartas, escritas a lo largo de su corta vida, lo demuestran con claridad. En éstas, por cierto, habla de sí como ‘mínimo hermano’, ‘inútil hermano en Cristo’, ‘mínimo siervo de los siervos de la Compañía’, etc. Además, los milagros los atribuía a la fe de los otros y ningún mérito reconocía en sí para colaborar en la salvación de las almas. Al palpar su nada, desde luego, surgió en él una confianza ilimitada en la misericordia de Dios. Entre las más graves e inminentes contingencias de la muerte, no conoció mayor contento que vivir de sólo amor de Dios y de las almas.

Francisco Javier: un santo y humilde apóstol del Señor, que descubrió en la misión la mejor forma de seguimiento del Señor, de servicio a los demás y de entrega apasionada a la Iglesia. Apóstol excepcional que realizó plenamente el ideal misionero de Jesús: “vayan y hagan discípulos a todas las gentes”. Su Iglesia fue la ‘Compañía de Jesús’, la misma que lo vio, entre sus primeros y entusiastas miembros, como discípulo fiel y ardiente, pastor bueno y santo del pueblo. Con razón, el Papa Pío XI lo declaró ‘patrono’ de los misioneros. Nuestro patrono.

P. MARSICH

Marsich Umberto sx
11 December 2015
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