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Dios está con los que hacen la paz

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Una reflexión sobre una locura insensata, esta guerra absurda, cruel e injustificable, cuyas consecuencias probablemente se harán sentir durante décadas.

Ucrania, un país soberano es invadido de manera calculada y premeditada por una potencia militar y nuclear, o por las órdenes del dictador que controla el destino inmediato de un gran país y de una población en parte desinformada y manipulada por una política informativa premeditadamente falaz y amenazadora. Tampoco la información que nosotros recibimos es inocente, está orientada en función de intereses precisos. Dicen que la primera víctima de toda guerra es la verdad; la verdad venía siendo ya víctima antes de la invasión.

No es nuestra intención analizar cómo hemos llegado a esta situación tan inhumana: poderosos intereses ocultos, perversos juegos de poder, estrategias económicas, belicistas y geopolíticas, el negocio del comercio de las armas, nostalgias de un pasado imperial, errores y locuras de algunos dirigentes políticos.

Repulsa firme

Siempre pagan los más vulnerables, la población civil, ancianos, mujeres, niños. Millones de personas obligadas a escapar, de manera traumática, de su país en el que tienen derecho a vivir en paz y ser respetados. Y vidas jóvenes destruidas para siempre en el campo de batalla. Las guerras siembran siempre destrucción, miseria y muerte.

La Comisión general de Justicia y Paz se ha posicionado claramente: “… manifestamos nuestra repulsa más absoluta a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, a la utilización de armas que matan a personas, al miedo y a la mentira como herramientas para propagar el terror, a la detención de decenas de manifestantes que protestaban pacíficamente en varias ciudades rusas contra la guerra y pedimos el cese inmediato del conflicto y que quienes causan tanta muerte y dolor sean llevados ante los Tribunales Internacionales para responder de sus actos contra la humanidad.

La guerra sigue retratando a quienes deciden sobre la suerte de las personas con su evocación llena de discursos grandilocuentes que intentan justificar la muerte de su ciudadanía y validan las de otras personas que son tildadas de enemigas. Hombres, mujeres, niños y niñas, personas mayores pasan de ser sujetos a ser objetos y objetivos bélicos mientras que miles de proyectos, de sueños y de esperanzas se truncan de un plumazo.

Volvemos a ver las armas rugiendo, edificios destrozados, mareas de gente huyendo desesperada mientras se nos encoge el corazón, mientras nos preguntamos si no hemos aprendido nada del pasado, mientras nos cuestionamos cómo es posible que dictadores de todos los tiempos lleguen hasta donde han llegado y sobre todo, qué podemos hacer como personas titulares de derechos humanos para evitar que estos se sigan violando sistemáticamente por medio de la guerra”. (Comisión general Justicia y Paz 25 febrero)

Otras guerras

Dignos de todo nuestro apoyo los intentos del Papa por mediar en el conflicto. Sus palabras marcadas por la tristeza, la súplica, la esperanza; su invitación a orar dirigida a todas las iglesias cristianas, sus constantes esfuerzos diplomáticos.

Decía el Papa en el Ángelus del 27 de febrero: “Quien hace la guerra olvida a la humanidad. No parte de la gente, no mira la vida concreta de las personas, sino que antepone a todos los intereses de parte y de poder. Confía en la lógica diabólica y perversa de las armas, que es la más alejada de la voluntad de Dios. Y se distancia de la gente común, que desea la paz, y que en todo conflicto es la verdadera víctima que paga sobre su propia piel las locuras de la guerra. Pienso en los ancianos, en cuantos buscan refugio en estas horas, en las mamás que huyen con sus niños… Son hermanos y hermanas para los que es urgente abrir corredores humanitarios y que deben ser acogidos”.

El Papa ha querido también llamar la atención sobre las numerosas situaciones similares que se dan en todo el mundo. “Con el corazón desgarrado por lo que está sucediendo en Ucrania -no olvidemos las guerras en otras partes del mundo, como en Yemen, Siria, Etiopía…-, repito: ¡silencien las armas! Dios está con los que hacen la paz, no con los que usan la violencia”. Guerras “olvidadas”, con las que la humanidad convive desde hace años, guerras en otros suelos, aunque bajo el mismo cielo.

Acogida y hospitalidad

Estamos viendo también un torrente enorme de solidaridad, con los refugiados, en nuestros países, en toda la sociedad, iniciativas individuales, personales, de familias, de ayuntamientos, de empresas, de ongs, de pueblos enteros, de parroquias y grupos cristianos. En medio del horror, surge también la bondad del espíritu humano que brilla en toda su espontaneidad y belleza.

Un líder europeo, ante el drama de los millones de personas expulsadas de su país por la locura de la guerra nos recordaba que Europa tendrá en cuenta el deber sagrado de la hospitalidad y de la acogida. Una buena noticia en medio del drama porque no siempre ha sido así. Europa recobra la razón del corazón, la razón compasiva; porque “donde no hay compasión no hay humanidad”. Muchos ciudadanos han dado el primer paso, indicando a las instituciones y a los líderes el camino a seguir. Decía la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson que la Unión Europea está mejor preparada ahora para acoger a millones de refugiados que huyen de un conflicto que en 2015, con quienes entonces llegaban escapando de la guerra en Siria. Esa mejor preparación se debe, en parte, a la activación de la Directiva de Protección Temporal, una legislación de 2001 jamás utilizada antes que ofrece a los refugiados una protección inmediata, en forma de acceso al mercado laboral y a la vivienda y asistencia médica y social. ¿Por qué no se quiso hacer en 2015?

Ninguna sociedad sana puede construirse de espaldas al dolor. Solo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro. Porque las fronteras no son realidades absolutas, lo absoluto es la dignidad de cada persona, su derecho a una vida digna. La inclusión o la exclusión de la persona que sufre define todos los proyectos, sociales, políticos, económicos, también los religiosos. (FT 65. 69. 81. 141)

No a la barbarie

Dos años de pandemia y ahora una guerra en suelo europeo que despierta los peores fantasmas y recuerdos. Cerrarnos sobre nosotros mismos, puede ser una forma de defensa frente a tanta adversidad; frente a ello, el evangelio nos invita a mantener viva la esperanza y activa nuestra solidaridad y cercanía con quien sufre.

¿Cómo es posible que un solo hombre genere tanta destrucción, tanta muerte, tanto mal? ¿Cómo es posible vivir con un corazón tan endurecido, tan perturbado? ¿Todos callan en su entorno? ¿Nadie tiene el valor y la humanidad de decirle: PARA?

Entre tanto, la voz del Papa sigue clamando: “Frente a la barbarie de la matanza de niños, de personas inocentes y de civiles indefensos, no hay razones estratégicas que valgan: ha de cesar la inaceptable agresión armada, antes de que reduzca las ciudades a cementerios. Con dolor en el corazón uno mi voz a la de la gente común, que implora el fin de la guerra. En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren, pongan fin a los bombardeos y a los ataques. En nombre de Dios, les pido: ¡detengan esta matanza! ¡En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren y pongan fin a los bombardeos y atentados!” (Ángelus 13 marzo)

La guerra es una derrota del espíritu humano. ¡Qué la paz llegue cuanto antes! Acompañamos con nuestra oración todos los esfuerzos diplomáticos que se están haciendo, conocidos o discretos. Y un desafío: cuidar nuestro propio corazón, vigilar sus reacciones, controlar sus sentimientos, desarmarlo de la agresividad que se infiltra, las guerras comienzan en el corazón y la paz también.

Carlos Collantes sx
02 Junio 2022
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