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Francisco: El Papa “Del Encuentro”

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FRANCISCO: EL PAPA “DEL ENCUENTRO”

Introducción

En una sociedad, hoy, caracterizada por una montaña de conflictos personales, raciales, nacionales e internacionales, la figura de un Papa siempre sereno, sonriente y disponible para con todos, contribuye en sembrar esperanza, dar serenidad y favorecer ‘encuentro’ más que desencuentro. Creemos que la ‘providencia’ haya escogido, en la figura y personalidad del Papa Francisco, el personaje adecuado para construir vínculos, lanzar puentes y aplacar tormentas humanas. Es un ‘signo de los tiempos’ su presencia, su calidez humana y su palabra; es un aliciente para quienes miramos su deseo de ‘encuentro’ informal y diálogo más allá de la seguridad, especialmente cuando afronta a las multitudes que lo quieren ver y encontrar[1]. Él, en efecto, desea ir hacia las multitudes para abrazarlas, para acariciar a los pequeños, para besar a los enfermos y secar las lágrimas de los que lloran. Papa Francisco no quiere sentirse apartado de la gente y evita fastidiar a la ciudad de Roma, moviéndose sin escoltas ni sirenas para no entorpecer el tráfico.

Encontrar con amistad

En el mar de sus enseñanzas, por cierto, encontramos un sin número de estímulos para seguir contentos en el camino del Señor y atrás de Él: con entusiasmo y empeño. La mejor forma para encontrar al hermano, prescindiendo de ideologías, raza y confesión religiosa, es seguramente la amistad y Francisco es el Papa de la amistad y del afecto espontáneo e inmediato. El espacio de misericordia, además, que ha abierto con sus palabras para todos aquellos que se encuentran angustiados, sigue dando conforto y abriendo horizontes luminosos de esperanza. De verdad, Francisco es aquel que viene a nuestro encuentro como ‘misionero de misericordia y paz’[2].

Ayudar en la dificultad

La reciente Exhortación Apostólica ‘Amoris Laetitia’ (AL) es, por cierto, una prueba contundente de la sensibilidad y del amor del Papa para quienes se encuentran en dificultad con su matrimonio o con, a sus espaldas, matrimonios rotos. ‘AL’ es, en efecto, un documento de su magisterio, lleno de reflexiones y exhortaciones sobre el amor conyugal y siempre a la enseña de la ‘alegría’: “la alegría del amor en la familia”, para encontrar a las personas, principalmente aquellas que se encuentran en dificultad. Esto conlleva, en el pensamiento y en la actitud del Papa Francisco, la posibilidad de ‘acompañarlas’ con sencillez, paciencia y calidez[3].

Tengamos presente, a este punto, las palabras del Papa respeto también al acompañamiento de las personas y parejas: “se trata -nos declara- de acogerlas y acompañarlas con paciencia y delicadeza” como hizo Jesús con la samaritana para conducirla a la alegría plena del Evangelio (Cf. ‘AL’ 294). El amor verdadero, según Papa Francisco, es el hilo conductor de todo acompañamiento.

Priorizar el encuentro con los pobres

Priorizar, en el ministerio sacerdotal y en lo pastoral, a los pobres, es otra petición que el papa, con frecuencia, hace a los agentes de pastoral, en general, y a los cristianos del mundo. Se trata, por cierto, de otra forma de ‘encuentro’. Encuentro con la ‘carne viva’ de Cristo: la de los pobres. Es éste, posiblemente, el verdadero ‘encuentro’, que su santidad pide experimentar para dar, así, autenticidad a la fe que se profesa. El ‘encuentro’ del papa con los pobres, en cada circunstancia y evento que celebra, manifiesta, por cierto, el núcleo más significativo de su pontificado. Francisco es, a todo efecto, el “papa de los pobres”. Su estilo de vida austero, además, es la mejor y más eficaz prédica de coherencia evangélica que se puede hacer. Justamente, nos ha repetidamente dicho: “¡cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”[4].

Favorecer el encuentro con la ‘fragilidad’

Signo de pobreza espiritual y moral es, también, la ‘fragilidad’ humana. Se trata de una situación, frecuente y extensa, de casos difíciles, que preocupan al Papa, y que, según él, deberían ser siempre acompañados pastoralmente. El ‘encuentro’ con la fragilidad para ayudar, sanar y acompañar, es, en efecto, un rasgo especial del papa Francisco: “la Iglesia -nos recomienda- debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado. Dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad”[5]. El encuentro con la fragilidad, desde luego, tiene como meta la integración en la vida plena de Jesús y, para ello, ‘AL’ propone una ruta para incorporar plenamente en la Iglesia a quienes se han alejado de la vida conforme al Evangelio, viviendo en situaciones ‘irregulares’. La irregularidad, en la perspectiva pastoral de Francisco, no es razón para mirar por otro lado, sino, oportunidad de encuentro con las personas que lo piden (‘AL’ 291) sin condenarlas[6].

Por esta razón, Francisco cree que nunca ha sido justo decir que todos los que se encuentran en alguna situación, así llamadas irregulares, viven en una situación de ‘pecado grave’ y privados de la gracia santificante. Muy frecuentemente, de hecho, se dan factores que limitan la capacidad de decisión de la persona y “a partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos -afirma el Papa- podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan, objetivamente, nuestra concepción del matrimonio” (AL, 303). Además, el Papa considera mezquino que algún pastor se detenga sólo a ‘considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general’, para luego condenar.

Un hermoso detalle: el encuentro con la vida consagrada

Otro encuentro significativo del papa ha sido con la ‘vida consagrada’. El año dedicado a ella, sin duda, ha sido una manifestación de afecto y amistad hacia todos los consagrados y consagrados del mundo: realidad que es también de pertenencia del Papa, ‘religioso jesuita’. Se trató de un detalle, que se agradece, y que revela la ternura de su santidad hacia aquellos que, como él, han optado prioritariamente por un estilo de vida peculiar y de profecía en el mundo, Iglesia y sociedad. Con motivo de ese año el Papa Francisco dedicó una carta apostólica a los religiosos/as interpretando el año de la Vida Consagrada como ‘un tiempo de Dios’. En efecto, inspirándose en la encíclica de Juan Pablo II ‘Vita Consecrata’, los invitaba a “poner los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu les impulsa para seguir haciendo grandes cosas” (VC, 110).

Una preferencia: el encuentro con las familias

A la familia, institución divina encantadora, el Papa dedica el segundo capítulo de la exhortación ‘Amoris Laetitia’, intitulado “la realidad y los desafíos de la familia”. En este capítulo, el Papa se aproxima a la realidad concreta de las familias, describiendo su situación actual, sus luces y sombras, y señalando los correspondientes desafíos: el cambio antropológico y cultural, el individualismo, que no beneficia el amor de pareja y termina aislando a cada miembro, la precariedad de los sentimientos, el ausentismo de la gracia divina, la cultura de lo provisorio, la falta de oportunidades para los jóvenes, la afectividad narcisista e inestable, el invierno demográfico, el debilitamiento de la fe y de la práctica religiosa, la falta de una vivienda digna, las migraciones obligadas y el desafío muy severo de la ideología de ‘género’, que niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer, con todas sus devastadoras implicaciones educativas, hasta lo absurdo del matrimonio igualitario.

El encuentro con los hijos

Otro encuentro trascendente del Papa, a través de la exhortación ‘AL’, ha sido con ‘los hijos’, en un intento por reforzar la ‘educación’. Lo que sobresale, de arranque, es la invitación a cuidar de la ‘formación moral’, que los papás no deberían delegar, completamente, a otros, y practicar una pedagogía respetuosa de las etapas de crecimiento sin excluir, cuando se hace necesario, la función medicinal y de estímulo de la sanción. Toda la vida familiar, en concreto, debería ser orientada a crear el mejor contexto educativo posible, incluyendo la ‘educación sexual’ que, en su totalidad, es de pertenencia estricta de la familia. El principio de subsidiariedad, por tanto, debe de ser reclamado cada vez que es violado[7]. El realismo educativo, además, aconseja a tomar en cuenta que la formación familiar es, frecuentemente, contrastada por quienes ‘entran en las habitaciones de los hijos a través de las pantallas del entretenimiento e información’ y que son, en ocasiones, ‘nefastas’.

Un defecto de la juventud, hoy, es querer y recibir todo y a prisa. En contra de esta búsqueda inquieta de ‘gratificación inmediata’, por lo contrario, el Papa invita a educar para la ‘espera’, para la capacidad de esperar, y prepararse para el tiempo de la cosecha. Simultáneamente, habrá que luchar también en contra del ‘autismo tecnológico’: fenómeno que aísla a los hijos, privándoles de la ‘convivialidad’ familiar y social. Finalmente, la cereza en el pastel es y será, para toda familia cristiana, la tarea de transmitir la fe que, desde luego, supone que los padres vivan la experiencia ‘real’ de Dios.

Conclusión

El afán de encuentro con todo mundo no impide al papa, desde luego, de realizarlo con intensidad y, también, de afrontar contratiempos. La misión profética del papa, en efecto, contempla también el presupuesto de no ser siempre entendido y tampoco bienvenido. En efecto, el haberle aventado en la cara el periódico, en ocasión de su más reciente visita al pueblo chileno, es parte del presupuesto de toda persona religiosa significativa y representativa, cuyo testimonio y mensaje pudieran molestar.

El afán del papa de encontrarse preferiblemente con los últimos, desde luego, no es excluyente. De facto, su santidad sigue encontrándose también con personajes ajenos a la fe e, inclusive, con pasados cuestionables. Su corazón de papa amoroso, incluyente y tolerante es para todos. En fin, está fuera de discusión la luminosa y apreciada realidad de este sumo pontífice que, en sus vueltas por el mundo, nunca abandona su sonrisa, el buen humor y, sobre todo, la determinación de extender los beneficios de sus mensajes llenos de humanidad y profundamente evangélicos.

UMBERTO MAURO MARSICH S.X.

 

[1] El diálogo y el deseo de dialogar son, ante todo, actos de amor para con el otro y un acto de amor para con Dios, que actúa en el otro: es un acto de voluntad que busca la concordia y la amistad, fundadas sobre unas bases más profundas que las mismas formulaciones de la fe de los que participan en el diálogo mismo. El ‘encuentro’, desde luego, es la base para todo diálogo.

[2] Cf. Discurso del papa Francisco, en el palacio nacional de la Ciudad de México, a su llegada a México (2017).

[3] El acompañamiento es la primera de las claves pastorales en las que incide la exhortación ‘AL’. Acompañar es un término que arroja un desafío enorme a nuestras pastorales corrientes, cuando son pensadas como ofrecimiento de servicios o como lugar de reuniones por grupos, pero, que no saben caminar con las personas a lo largo de un camino paciente en el tiempo.

[4] Con esta expresión ‘programática’, Papa Francisco dio inicio a su pontificado. Según él, urge una Iglesia más sencilla y humilde, capaz de permanecer siempre en contacto con la gente común.    

[5] ‘AL’, 291.

[6] Camino de la Iglesia, en efecto, es el de ‘no condenar a nadie para siempre’ (‘AL’ 296).

[7] Debemos inculcar a los padres de familia la idea de que son ellos los artífices más importantes y los primeros responsables en la gran tarea de la educación de sus hijos. Es el hogar, en efecto, el lugar donde toda enseñanza echa raíces y crece en una dirección o en otra.

Umberto Mauro Marsich sx
24 Gennaio 2018
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