Skip to main content

Un campamento urbano con corazón misionero

1491/500

Desde el lunes 30 de junio hasta el domingo 6 de julio, Alex, Francis y yo tuvimos la gracia de participar en un campamento urbano en la Parroquia de San Miguel Arcángel, en Madrid. Fue una semana intensa, llena de fe y vida, en la que descubrimos la fuerza de caminar juntos como comunidad.

Los participantes eran niños, adolescentes y jóvenes de los grupos parroquiales, acompañados por sus monitores, que eran los jóvenes catequistas de la misma parroquia. Ver a tantos jóvenes implicados en el acompañamiento de los más pequeños es un signo de esperanza para la Iglesia y un ejemplo de que la fe, cuando se vive con alegría y entrega generosa, se contagia.

El párroco, P. Miguel Ángel, estaba presente en todas las actividades. Es un sacerdote cercano, sencillo y alegre, siempre disponible para escuchar y acompañar. Es un hombre de Dios que sabe estar con su gente, que conoce a sus ovejas y camina con ellas en el día a día. Su cercanía, su sonrisa y su testimonio de vida entregada a Dios y a la Iglesia hablaban más que cualquier catequesis. Es bonito ver a un párroco que no solo organiza, sino que vive y comparte la fe con su comunidad, siendo un verdadero padre, hermano y amigo para todos.

Un campamento con acento misionero

Cada verano, la parroquia organiza varios campamentos, y uno de ellos es este campamento urbano, realizado en la misma parroquia. Es una forma de seguir acompañando y formando a los jóvenes también durante los meses de verano, ofreciéndoles un espacio para profundizar en su relación con Dios y en su compromiso con la comunidad, y evitando que se desconecten de su vida de fe. Es una oportunidad para vivir la fe de una manera más cercana, alegre y concreta, a través de juegos, dinámicas, catequesis, oración y servicio.

Este año, como nos comentó el P. Miguel Ángel, el campamento fue especial porque se puso un énfasis importante en el aspecto misionero, contando con nuestra presencia. La misión no era un tema añadido al campamento, sino que fue el corazón (que le daba sentido y vida) de todo lo que se hacía. Los niños y jóvenes iban comprendiendo cada vez más que la Iglesia nace de la misión y existe para evangelizar, y que todos somos misioneros desde el Bautismo. Tuvimos la oportunidad de compartir nuestro testimonio misionero en las catequesis, en los momentos de oración y en la Eucaristía, transmitiendo que la misión nace de un encuentro vivo con Jesús, un encuentro que transforma la vida y ensancha el corazón.

El campamento de la experiencia: servir, orar y compartir

Estuvimos sobre todo con el grupo de adolescentes y jóvenes, que vivieron lo que se llama “campamento de experiencia”. Fue una semana diferente para ellos, porque no era un campamento solo de encuentros de oración y catequesis, de juegos o actividades recreativas, sino también de servicio.

Durante esta semana del campamento, estos jóvenes servían preparando los bocadillos para los niños y todos los participantes del campamento, colocando mesas y sillas para las comidas, fregando los platos, limpiando las mesas y dejando todo listo para el día siguiente. Pequeños gestos, aparentemente sencillos, pero que enseñan la grandeza del amor que se hace concreto en el servicio diario.

Esta experiencia se vivió siempre en un clima de oración. Cada jornada comenzaba rezando juntos los laudes a las ocho de la mañana y, a las diez, celebrábamos la Eucaristía. La oración era el motor que sostenía toda la jornada. Y como misioneros, destacamos mucho la importancia de la oración en la misión. No hay misión sin oración, porque es en la oración donde escuchamos la voz de Aquel que nos envía. Ha sido muy bonito ver cómo, día tras día, estos adolescentes y jóvenes iban experimentando cada vez más la alegría de servir y la belleza de rezar juntos.

Durante el campamento, reflexionamos con ellos sobre el servicio, el ocio, la oración y la misión. Fue un espacio para profundizar que el servicio no solo implica ayudar a los demás, sino también abrir el corazón con generosidad y humildad. Esta experiencia les ofreció a estos adolescentes y jóvenes el profundo sentido del servicio, enseñándoles que el verdadero servicio nace del amor y del deseo sincero de hacer el bien sin esperar nada a cambio. Además, el campamento les brindó momentos de alegría, mostrando que el ocio vivido con fe es fundamental para renovar las fuerzas y mantener el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu. En la oración, experimentaron un encuentro personal con Dios que les fortaleció y los animó a ser testigos vivos de la misión en su vida cotidiana, siendo luz y esperanza para quienes les rodean.  

Amigos de la Cruz: Francisco Javier y Guido María Conforti

Durante esta semana del campamento, además de las actividades y reflexiones, tuvimos la oportunidad de descubrir y conocer más de cerca la vida de dos santos que fueron verdaderos amigos de la Cruz: San Francisco Javier, patrón de los misioneros javerianos, y San Guido María Conforti, fundador de la Congregación. Para ellos, ser amigos de la Cruz no significaba buscar el dolor por el dolor, sino amar, abrazar y vivir el misterio del Crucificado, descubriendo en Él la fuente de la vida, la raíz de su vocación misionera y la alegría más profunda para vivir la misión de Dios.

San Francisco Javier contemplaba a Jesús sonriente en la cruz. Es un detalle que puede sorprendernos, pero para Javier esa sonrisa significaba el amor más grande: un amor que no se resigna ante el dolor, sino que lo transforma en vida y salvación para todos nosotros. Esa mirada de Jesús en la Cruz fue para Javier el centro de su vida misionera. Allí encontró su fuerza cuando se sentía cansado, su consuelo en la soledad de los viajes, y la alegría que sostenía su misión. Jesús crucificado era todo para él, y eso se reflejaba en cómo hacía de Jesús el centro de toda su misión.

Para San Guido María Conforti, la Cruz también era su escuela de vida y misión. Él mismo decía: “Le miraba y Él me miraba, y parecía que me decía tantas cosas.” No necesitaba largas oraciones, discursos o grandes signos. Bastaba detenerse ante la Cruz, dejarse mirar por Jesús y mirar su amor infinito. En esas miradas silenciosas, Guido descubría el amor infinito de Cristo que se entrega hasta el extremo por cada uno de nosotros, su llamada personal a la misión sintiendo que Jesús le pedía compartir ese amor con todos (especialmente con los que todavía no le conocen), el consuelo y la fuerza para sus sufrimientos y fragilidades físicas y, sobre todo, el sentido de su vida entera que era vivir con Cristo, por Cristo y para Cristo.

Ambos santos nos enseñan que ser misionero no consiste solo en hacer muchas cosas, sino, sobre todo, en vivir desde la Cruz de Cristo, donde todo encuentra su sentido. Es allí donde nace la verdadera alegría misionera: sentirse amado hasta el extremo y enviado a amar sin límites.

En este campamento profundizamos en este misterio, recordando que el encuentro con Jesús Crucificado es el corazón de toda vocación misionera. Sin esa mirada de amor, la misión puede convertirse en una carga pesada; pero con ella, se transforma en alegría, entrega confiada y vida plena. ¡Que Jesús sea siempre conocido y amado por todos!

Un campo urbano con cuore missionario

Da lunedì 30 giugno a domenica 6 luglio, Alex, Francis e io abbiamo avuto la grazia di partecipare a un campo urbano presso la Parrocchia di San Michele Arcangelo, a Madrid. È stata una settimana intensa, piena di fede e di vita, in cui abbiamo scoperto la forza del camminare insieme come comunità.

I partecipanti erano bambini, adolescenti e giovani dei gruppi parrocchiali, accompagnati dai loro animatori, che erano i giovani catechisti della stessa parrocchia. Vedere così tanti giovani coinvolti nell’accompagnare i più piccoli è un segno di speranza per la Chiesa e un esempio di come la fede, vissuta con gioia e generosa dedizione, si trasmetta.

Il parroco, P. Miguel Ángel, era presente in tutte le attività. È un sacerdote vicino, semplice e gioioso, sempre disponibile ad ascoltare e accompagnare. È un uomo di Dio che sa stare con la sua gente, che conosce le sue pecore e cammina con loro nel quotidiano. La sua vicinanza, il suo sorriso e la sua testimonianza di vita donata a Dio e alla Chiesa parlavano più di qualsiasi catechesi. È bello vedere un parroco che non solo organizza, ma vive e condivide la fede con la sua comunità, essendo un vero padre, fratello e amico per tutti.

Un campo con accento missionario

Ogni estate, la parrocchia organizza diversi campi, e uno di questi è questo campo urbano, realizzato nella stessa parrocchia. È un modo per continuare ad accompagnare e formare i giovani anche durante i mesi estivi, offrendo loro uno spazio per approfondire la loro relazione con Dio e il loro impegno con la comunità, evitando che si disconnettano dalla loro vita di fede. È un’opportunità per vivere la fede in modo più vicino, gioioso e concreto, attraverso giochi, dinamiche, catechesi, preghiera e servizio.

Quest’anno, come ci ha raccontato P. Miguel Ángel, il campo è stato speciale perché si è posto un accento particolare sull’aspetto missionario, grazie alla nostra presenza. La missione non era un tema aggiunto al campo, ma ne era il cuore (che gli dava senso e vita) di tutto ciò che si faceva. I bambini e i giovani capivano sempre di più che la Chiesa nasce dalla missione ed esiste per evangelizzare, e che tutti siamo missionari fin dal Battesimo. Abbiamo avuto l’opportunità di condividere la nostra testimonianza missionaria nelle catechesi, nei momenti di preghiera e nell’Eucaristia, trasmettendo che la missione nasce da un incontro vivo con Gesù, un incontro che trasforma la vita e allarga il cuore.

Il campo dell’esperienza: servire, pregare e condividere

Siamo stati soprattutto con il gruppo di adolescenti e giovani, che hanno vissuto quello che si chiama “campo di esperienza”. È stata una settimana diversa per loro, perché non era un campo solo di incontri di preghiera e catechesi, giochi o attività ricreative, ma anche di servizio.

Durante questa settimana del campo, questi giovani hanno servito preparando i panini per i bambini e per tutti i partecipanti del campo, sistemando tavoli e sedie per i pasti, lavando i piatti, pulendo i tavoli e lasciando tutto pronto per il giorno successivo. Gesti semplici, apparentemente piccoli, ma che insegnano la grandezza dell’amore che si fa concreto nel servizio quotidiano.

Questa esperienza si è vissuta sempre in un clima di preghiera. Ogni giornata iniziava con la recita delle Lodi alle otto del mattino e, alle dieci, celebravamo l’Eucaristia. La preghiera era il motore che sosteneva tutta la giornata. E come missionari, abbiamo sottolineato molto l’importanza della preghiera nella missione. Non c’è missione senza preghiera, perché è nella preghiera che ascoltiamo la voce di Colui che ci invia. È stato molto bello vedere come, giorno dopo giorno, questi adolescenti e giovani sperimentassero sempre di più la gioia del servire e la bellezza del pregare insieme.

Durante il campo, abbiamo riflettuto con loro sul servizio, il tempo libero, la preghiera e la missione. È stato uno spazio per approfondire che il servizio non significa solo aiutare gli altri, ma anche aprire il cuore con generosità e umiltà. Questa esperienza ha offerto a questi adolescenti e giovani il profondo significato del servizio, insegnando loro che il vero servizio nasce dall’amore e dal sincero desiderio di fare il bene senza aspettarsi nulla in cambio. Inoltre, il campo ha offerto momenti di gioia, mostrando che il tempo libero vissuto con fede è fondamentale per rinnovare le forze e mantenere l’equilibrio tra corpo, mente e spirito. Nella preghiera, hanno vissuto un incontro personale con Dio che li ha rafforzati e li ha incoraggiati a essere testimoni vivi della missione nella loro vita quotidiana, essendo luce e speranza per chi li circonda.

Amici della Croce: Francesco Saverio e Guido Maria Conforti

Durante questa settimana di campo, oltre alle attività e riflessioni, abbiamo avuto l’opportunità di scoprire e conoscere più da vicino la vita di due santi che furono veri amici della Croce: San Francesco Saverio, patrono dei missionari saveriani, e San Guido Maria Conforti, fondatore della Congregazione. Per loro, essere amici della Croce non significava cercare il dolore per il dolore, ma amare, abbracciare e vivere il mistero del Crocifisso, scoprendo in Lui la fonte della vita, la radice della loro vocazione missionaria e la gioia più profonda per vivere la missione di Dio.

San Francesco Saverio contemplava Gesù sorridente sulla croce. È un dettaglio che può sorprenderci, ma per Francesco quella era la più grande manifestazione d’amore: un amore che non si arrende al dolore, ma che lo trasforma in vita e salvezza per tutti noi. Quello sguardo di Gesù sulla Croce fu per Francesco il centro della sua vita missionaria. Lì trovava forza quando era stanco, consolazione nella solitudine dei viaggi, e la gioia che sosteneva la sua missione. Gesù crocifisso era tutto per lui, e questo si rifletteva nel porre Gesù al centro di tutta la sua missione.

Per San Guido Maria Conforti, la Croce era anche la sua scuola di vita e missione. Diceva: “Lo guardavo ed Egli mi guardava, e sembrava che mi dicesse tante cose.” Non aveva bisogno di lunghe preghiere, discorsi o grandi segni. Bastava fermarsi davanti alla Croce, lasciarsi guardare da Gesù e contemplare il suo amore infinito. In quegli sguardi silenziosi, Guido scopriva l’amore infinito di Cristo che si dona fino all’estremo per ciascuno di noi, la sua chiamata personale alla missione, sentendo che Gesù gli chiedeva di condividere quell’amore con tutti (specialmente con chi ancora non lo conosce), il conforto e la forza per le sue sofferenze e fragilità fisiche e, soprattutto, il senso della sua vita intera: vivere con Cristo, per Cristo e in Cristo.

Entrambi i santi ci insegnano che essere missionari non consiste solo nel fare tante cose, ma soprattutto nel vivere a partire dalla Croce di Cristo, dove tutto trova senso. È lì che nasce la vera gioia missionaria: sentirsi amati fino all’estremo ed essere inviati ad amare senza limiti.

In questo campo abbiamo approfondito questo mistero, ricordando che l’incontro con Gesù Crocifisso è il cuore di ogni vocazione missionaria. Senza quello sguardo d’amore, la missione può diventare un peso; ma con esso, si trasforma in gioia, donazione fiduciosa e vita piena. Che Gesù sia sempre conosciuto e amato da tutti!

An Urban Camp with a Missionary Heart

From Monday, June 30 to Sunday, July 6, Alex, Francis, and I had the grace to participate in an urban camp at the Parish of San Miguel Arcángel in Madrid. It was an intense week, full of faith and life, in which we discovered the strength of walking together as a community.

The participants were children, teenagers, and young people from the parish groups, accompanied by their monitors, who were the young catechists of the same parish. Seeing so many young people involved in accompanying the little ones is a sign of hope for the Church and an example that faith, when lived with joy and generous commitment, is contagious.

The parish priest, Fr. Miguel Ángel, was present at all the activities. He is a close, simple, and joyful priest, always available to listen and accompany. He is a man of God who knows how to be with his people, who knows his sheep and walks with them every day. His closeness, his smile, and his testimony of a life given to God and to the Church spoke more than any catechesis. It is beautiful to see a parish priest who not only organizes but also lives and shares the faith with his community, being a true father, brother, and friend to all.

A Camp with a Missionary Accent

Every summer, the parish organizes several camps, and one of them is this urban camp, held in the parish itself. It is a way to continue accompanying and forming young people even during the summer months, offering them a space to deepen their relationship with God and their commitment to the community, and preventing them from disconnecting from their life of faith. It is an opportunity to live the faith in a more intimate, joyful, and concrete way, through games, activities, catechesis, prayer, and service.

This year, as Fr. Miguel Ángel told us, the camp was special because a strong emphasis was placed on the missionary aspect, thanks to our presence. Mission was not an added theme to the camp, but the heart (giving meaning and life) of everything that was done. The children and young people were gradually understanding that the Church is born of mission and exists to evangelize, and that we are all missionaries from our Baptism. We had the opportunity to share our missionary testimony during catechesis, in moments of prayer, and during the Eucharist, conveying that mission is born from a living encounter with Jesus—an encounter that transforms life and expands the heart.

The Experience Camp: To Serve, To Pray, and To Share

We were mainly with the group of teenagers and young people, who lived what is called the “experience camp.” It was a different week for them because it wasn’t only about prayer meetings, catechesis, games, or recreational activities, but also service.

During this week of camp, these young people served by preparing sandwiches for the children and all camp participants, setting up tables and chairs for meals, washing dishes, cleaning tables, and leaving everything ready for the next day. Small gestures, seemingly simple, but that teach the greatness of love made concrete in daily service.

This experience was always lived in a climate of prayer. Each day began with Morning Prayer at eight o’clock, and at ten, we celebrated the Eucharist. Prayer was the driving force that sustained the entire day. And as missionaries, we strongly emphasized the importance of prayer in the mission. There is no mission without prayer because it is in prayer that we hear the voice of the One who sends us. It was very beautiful to see how, day by day, these teenagers and young people increasingly experienced the joy of serving and the beauty of praying together.

During the camp, we reflected with them on service, leisure, prayer, and mission. It was a space to deepen the understanding that service does not only mean helping others, but also opening the heart with generosity and humility. This experience offered these adolescents and young people the profound meaning of service, teaching them that true service is born from love and the sincere desire to do good without expecting anything in return. In addition, the camp provided joyful moments, showing that leisure lived with faith is fundamental to renew one’s strength and maintain the balance between body, mind, and spirit. In prayer, they experienced a personal encounter with God that strengthened and encouraged them to be living witnesses of the mission in their daily lives, becoming light and hope for those around them.

Friends of the Cross: Francis Xavier and Guido Maria Conforti

During this camp week, besides the activities and reflections, we had the opportunity to discover and get to know more closely the lives of two saints who were true friends of the Cross: Saint Francis Xavier, patron of the Xaverian missionaries, and Saint Guido Maria Conforti, founder of the Congregation. For them, being friends of the Cross did not mean seeking pain for its own sake, but rather loving, embracing, and living the mystery of the Crucified, discovering in Him the source of life, the root of their missionary vocation, and the deepest joy to live out God's mission.

Saint Francis Xavier contemplated Jesus smiling on the cross. It’s a detail that might surprise us, but for Xavier, that smile meant the greatest love: a love that does not give in to pain but transforms it into life and salvation for all of us. That gaze of Jesus on the Cross was, for Xavier, the center of his missionary life. There he found strength when tired, comfort in the loneliness of travels, and the joy that sustained his mission. Jesus crucified was everything for him, and that was reflected in how he made Jesus the center of his entire mission.

For Saint Guido Maria Conforti, the Cross was also his school of life and mission. He himself said: “I looked at Him and He looked at me, and it seemed He was telling me many things.” He didn’t need long prayers, speeches, or grand signs. It was enough to stop before the Cross, to let oneself be looked at by Jesus and to gaze at His infinite love. In those silent gazes, Guido discovered the infinite love of Christ who gives Himself to the end for each one of us, His personal call to the mission—feeling that Jesus was asking him to share that love with everyone (especially with those who do not yet know Him)—the comfort and strength for his sufferings and physical frailties, and above all, the meaning of his entire life, which was to live with Christ, for Christ, and in Christ.

Both saints teach us that being a missionary is not just about doing many things but, above all, about living from the Cross of Christ, where everything finds its meaning. It is there that true missionary joy is born: feeling loved to the extreme and sent to love without limits.

At this camp, we delved into this mystery, remembering that the encounter with the Crucified Jesus is the heart of every missionary vocation. Without that gaze of love, mission can become a heavy burden; but with it, it becomes joy, trusting self-giving, and fullness of life. May Jesus always be known and loved by all!

Robertus Kardi, SX
14 Luglio 2025
1491 visualizzazioni
Disponibile in
Tag

Link &
Download

Area riservata alla Famiglia Saveriana.
Accedi qui con il tuo nome utente e password per visualizzare e scaricare i file riservati.