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“AMORIS LAETITIA”: SOBRE LA ALEGRÍA DEL AMOR EN LA FAMILIA

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“AMORIS LAETITIA”: SOBRE LA ALEGRÍA DEL AMOR EN LA FAMILIA

Comentario

El 06 de abril 2016 el Papa Francisco nos ha hecho el regalo de su Exhortación Apostólica ‘AMORIS LAETITIA’. Ya los dos sínodos episcopales, de 2014 y 2015, sobre la familia, nos habían preparado acerca del espíritu y contenido de la Exhortación misma. En práctica, las conclusiones sinodales pueden ser interpretadas como los primeros dos capítulos de la AL. Sin embargo, en la Exhortación se nota la mano de un gran pastor, conocedor de la vida del pueblo cristiano y coherente con sus particulares anuncios sobre la ternura y la misericordia de Dios: temas que, con frecuencia, han sido por él predicados también con motivo del Año Jubilar de la Misericordia.

Cada documento pontificio, normalmente, responde a alguna provocación histórica del momento. La AL, de hecho, responde a la crisis contemporánea de los grandes y constitutivos valores sociales del hombre. Nos referimos, principalmente, al extravío antropológico de nuestra sociedad que se va alejando, progresivamente, de los significados auténticos de las realidades de la sexualidad, del amor conyugal, del matrimonio y de la familia, desconociéndolas como valores e instituciones fundacionales de la vida personal y social del ser humano. Además, son parte de ese patrimonio hermoso con el cual Dios ha beneficiado a la humanidad, consignándoselo para su disfrute, cuidado y crecimiento: la familia.

La lectura detenida de la Exhortación AL nos ha permitido captar cuatro ‘llaves hermenéuticas’, para su mejor comprensión: la misericordia, el discernimiento, el acompañamiento y la integración. En efecto, cada vez que el Papa se aproxima a alguna vivencia y realidad humana, lo hace siempre con el afán de sanar heridas, comprender situaciones concretas, tender la mano e integrar, con paciencia y comprensión. Luego, a través de la cercanía afectiva, se pone en diálogo respetuoso con las personas y discierne, dentro de sus vidas concretas, el mejor camino para acercarlas al ideal evangélico. Es, pues, en esta etapa donde se experimenta la mano tendida de los pastores, evitando la tentación de condenar. En fin, la propuesta pontificia no consiste en excluir, sino, más bien, en insertar e integrar a cada persona, matrimonio y familia, en el tejido vivo y cálido de la comunidad cristiana. Para ello, no ha sido necesario cambiar la ‘doctrina moral’ de la Iglesia que, siendo ‘verdad bíblica’ es inmutable. Lo que ha cambiado es el lenguaje doctrinal, su interpretación y práctica pastoral, hecha desde el corazón de Jesús. En fin, el cambio ha sido únicamente ‘pastoral’. La tarea que deja el Papa, por tanto, es, sobre todo, para los pastores y colaboradores laicos/as, comprometidos/as en la acción pastoral. Lo pastoral, desde luego, presupone también un mayor compromiso con el ‘primer anuncio’ cristiano, con la predicación del Evangelio y con una siempre mejor preparación en todas las cuestiones relacionadas con la doctrina de la Iglesia acerca de la sexualidad, amor, matrimonio y familia.

La AL es una ‘sinfonía’ dedicada a la ‘sexualidad’, pensada por el Creador como lenguaje alegre y gratificante de amor; al ‘amor’, que es siempre posible construir en la roca de la amistad y caridad; al ‘matrimonio’ sacramental para los bautizados, y a la ‘familia’, experimentada como el lugar de la vida, solidaridad, gratuidad, donación y convivialidad.

Otra clave de lectura de la AL es la ‘fragilidad’ humana. Notorio es ver, en efecto, cómo los humanos nos equivocamos en muchas, pero, acerca de la decisión matrimonial no se permiten errores, destinando a la soledad muchos matrimonios rotos. La inyección de optimismo y misericordia, que nos trae la AL, ayudará a sanar, por lo contrario, a los heridos del camino. En tiempos difíciles para la familia hay que ser de corazón abierto ante las fragilidades.

La estructura de la AL, sobre el amor en la familia, se presenta con mucha variedad de temas claros y complementarios. Vamos viéndolos por capítulos:

Primer capítulo: “a la luz de la Palabra”. En el trasfondo de la alegría, que produce el amor, la apertura de la AL tenía que arrancar desde la ́Palabra de Dios’. A su luz, en el primer capítulo, aparece en escena, desde Adán y Eva, la ‘dualidad’ amorosa de los esposos, enriquecidos por los ‘brotes de olivo’ e ubicada, realísticamente, entre las alegrías, la ternura, el sudor y los senderos del sufrimiento. La Palabra de Dios, la tradición de la Iglesia y el Magisterio más reciente, robustecen nuestras comprensiones de la realidad familiar, insistiendo en su vocación trascendente por ser el sacramento viviente del amor que le dio origen, es decir, el amor de la SS. Trinidad. A partir de las familias, que pueblan la Biblia, se entiende también como cada familia no es un ideal abstracto sino el fruto de un trabajo “artesanal” hecho sí de dolor, esfuerzo, paciencia y sacrificio, pero también de ternura, felicidad, gratificación y alegría.

Segundo capítulo: “la realidad y los desafíos de la familia”. En este segundo capítulo, el Papa se aproxima a la realidad concreta de las familias, describiendo su situación actual, sus luces y sombras, y señalando los correspondientes desafíos: el cambio antropológico y cultural, el individualismo, que no beneficia el amor de pareja y termina aislando a cada miembro, la precariedad de los sentimientos, el ausentismo de la gracia divina, la cultura de lo provisorio, la falta de oportunidades para los jóvenes, la afectividad narcisista e inestable, el descenso demográfico, el debilitamiento de la fe y de la práctica religiosa, la falta de una vivienda digna, las migraciones obligadas y el desafío muy severo de la ideología ‘gender’, que niega la diferencia y la reciprocidad natural, de hombre y mujer, con todas sus implicaciones educativas.

Tercer capítulo: “la mirada puesta en Jesús y la vocación de la familia”. Con la mirada puesta en Jesús, quien ha llevado a plenitud el proyecto de amor del Padre, y desde su corazón lleno de misericordia, el Papa se detiene a desentrañar la belleza del sacramento del matrimonio en sí y cómo debería ser vivido cristianamente (1). El matrimonio, nos reitera el Papa, es un don del Señor que hay que cuidar, así, como Él nos lo ha donado: heterosexual, estable, indisoluble, fiel y abierto a la vida (Cf. Mt 19, 8). Jesús, en efecto, lo que hizo fue llevar el matrimonio y la familia a su forma original (Mc 10, 1-12). La familia de Nazaret, con todo su fino aroma, destaca como modelo de familia, obra de Dios. Con palabras precisas y alentadoras Papa Francisco, en este capítulo, propone, luego, la preciosidad del sacramento del matrimonio cuestionando, incluso, a aquellos que lo quieren reducir a una convención social, a un rito vacío o a mero signo externo de un compromiso disoluble. En fin, nos recuerda que “el don recíproco constitutivo del matrimonio sacramental arraiga en la gracia del bautismo, que establece la alianza fundamental de toda persona con Cristo en la Iglesia” (73). Con su gracia, Jesús permanece con los esposos, les da la fuerza de seguirle tomando la cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente y de llevar unos las cargas de los otros” (Catecismo, 1642).

Con una mirada incluyente, la AL no condena las otras situaciones matrimoniales, sino, más bien, evidencia en ellas la presencia de posibles ‘semillas del Verbo’ y dirige miradas benevolentes hacia las situaciones de las familias ‘imperfectas’, pero, comprometidas con la educación de los hijos y con vocación matrimonial. La familia, nos lo recuerda la AL, es también el único lugar digno de la procreación. Por eso, el hijo reclama nacer del amor de sus padres y no de cualquier manera, ya que él ‘no es un derecho sino un don’. Partiendo de la riqueza doctrinal sobre el matrimonio y la familia, la Exhortación se nutre, luego, de las aportaciones más destacadas del magisterio antecedente al Papa Francisco (2). Una mención directa es a la encíclica de Pablo VI ‘Humanae Vitae’, donde se hace hincapié en la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad. En seguida, el Papa señala también la ‘contradicción lacerante’ que se da en la familia, santuario de la vida, cuando se convierte en el lugar donde la vida es negada y destrozada en su inicio o en su etapa terminal.

Cuarto capítulo: “el amor en el matrimonio”. Este cuarto capítulo que, con el sucesivo, es medular de la Exhortación, se abre con la ‘sinfonía’ del amor, cuyo preludio consiste en una exégesis luminosa del poema paulino dedicado a la caridad (1Cor. 13, 4-7), cuyo título es: “nuestro amor cotidiano”. La melodía se extiende desde las notas del ‘amor de amistad’ hasta las del ‘amor de caridad’. Los dos, en el proyecto de la AL, son amores insustituibles y necesarios para construir matrimonios sólidos sin menospreciar, desde luego, las aportaciones alegres y gratificantes de la ‘pasión erótica’ y del ‘sentimiento’ (3). En efecto, declara el Papa: “Dios ama el gozo de sus hijos”. Esta visión holística y complementaria de todas las vertientes del amor conyugal si, de un lado, son el reconocimiento de que todo lo que Dios ha hecho es ‘bueno’, de otro lado, sin embargo, habrá que hacer lo posible para que no se desvirtúen por la insidiosa y obscura manipulación actual de la sexualidad y del amor en los medios de comunicación. Justamente, además, el Papa recomienda de cuidar y acrecentar el amor entre esposos con una comunicación sincera, profunda y oportuna. Comunicación que, bien sabemos, se consolida en los altares de la oración, de la mesa doméstica y de la intimidad sexual. Al mismo tiempo, el amor ‘madura’ a través del diálogo entre los esposos y al ‘darse tiempo’ para escucharse.

A quienes han hecho la opción de vivir en virginidad, el Papa les recuerda que es igualmente una opción de amor (159).

Quinto capítulo: “el amor que se vuelve fecundo”. La generosidad de los padres, que autentifica la nobleza del amor que se tienen y de su matrimonio, se plasma, sin lugar a duda, en la generación y educación de los hijos. El acoger una nueva vida, por parte de los padres, es parte de una historia hermosa que encuentra en el Creador su origen y, en ellos, sus colaboradores y ministros. Nunca, desde luego, dueños. La vida es un don, que se acoge con amor y responsabilidad, desde la espera del embarazo: amor de madre y de padre (4). El misterio de la fecundidad, en el pensamiento del Papa, impulsa a tumbar paredes y ampliarse en la acogida y disfrute de los padres mayores, de los hermanos, de los hijos adoptados y de los agregados, en razón de la hospitalidad sin fronteras, es decir, de la ‘fecundidad ampliada’ del amor. Este ‘vínculo virtuoso’ entre las generaciones es garantía de futuro.

Sexto capítulo: “algunas perspectivas pastorales”. El sexto capítulo está dedicado a la gran novedad de la AL: ‘lo pastoral’. Anunciar el Evangelio, en efecto, no es una misión estática; más bien, es dinámica y cambiante porque lo que cambia y evoluciona es la realidad. En este caso, la realidad del matrimonio y de la familia. También ha cambiado la situación del noviazgo. En efecto, dejados a su plena libertad, los novios urgen, actualmente, de mayor acompañamiento. La AL, entonces, propone un camino pastoral de preparación, más profundo y experiencial. Menos rollo, tal vez, y más espiritualidad. La preparación al matrimonio, de hecho, debe consistir en un auténtico proceso de discernimiento vocacional y de la pareja, vivido en condiciones de libertad. También la preparación ritual pide más participación por parte de los novios. Otro periodo delicado, en la vida de los novios, es la etapa de acoplamiento. También en esta etapa no debería faltar la mano amiga de la comunidad cristiana.

La experiencia matrimonial, bien sabemos, no es siempre de color de rosa. En efecto, pertenecen a la vulnerabilidad humana las crisis, las angustias y las dificultades del camino. Son situaciones que desafían a los matrimonios y a las comunidades que, según la Exhortación, no deberían abdicar de sus responsabilidades en el acompañamiento de las parejas. Luego, habrá que sanar las heridas y derrochar comprensión y misericordia frente a las rupturas y divorcios. Nunca condenar. Se trata de adoptar la pastoral del corazón de Jesús. En fin, cada situación de familias heridas, por ser objetivamente diferente, merece ser escuchada con atención y acompañada con delicadeza hacia soluciones correctas y justas (5).

El capítulo inicia poniendo al centro a las familias cristianas como primeros ‘sujetos’ de la pastoral familiar, dentro de las parroquias, por ser éstas ‘familia de familias’. A los seminaristas y sacerdotes, la AL pide una mejor preparación y formación interdisciplinaria sobre noviazgo y matrimonio (AL, 203); para los prometidos solicita, nuevamente, una guía en el camino de preparación al sacramento del matrimonio. Otro momento de vida importante y delicado son los primeros años de matrimonio. Principalmente los sinodales, en efecto, han solicitado un acompañamiento pastoral particular para esta etapa de la vida conyugal. Resulta de gran importancia en esta pastoral, desde luego, la presencia de esposos con experiencia y de asociaciones, movimientos eclesiales, como ‘encuentros conyugales’, y comunidades (AL, 223). El acompañamiento pastoral debería darse, también, después de crisis matrimoniales, rupturas y divorcios. En este último caso, si las personas viven en nueva unión, debemos darles a entender que ‘no están excomulgadas’ porque siempre integran la comunión eclesial. Ayudar a sanar las heridas de los padres y ayudarlos espiritualmente es un bien también para los hijos, quienes necesitan del rostro familiar de la Iglesia, que los apoye en esta experiencia traumática de la separación o divorcio (AL, 246). Pastoralmente, es preciosa también la parte final del capítulo dedicada al tema de la pérdida de las personas queridas y a la viudez, o sea, al “cuándo la muerte planta su aguijón”.

Séptimo capítulo: “reforzar la educación de los hijos”. Otro tema, tratado por el Papa en la AL, es el de los hijos. Lo que sobresale, de arranque, es la invitación a cuidar de su ‘formación ética’, que los papás no deben delegar, completamente, a otros y practicar una pedagogía respetuosa de las etapas de crecimiento sin excluir, cuando se hace necesario, la función medicinal y de estímulo de la sanción. Toda la vida familiar, en concreto, debería ser orientada a crear el mejor contexto educativo posible, incluyendo la ‘educación sexual’ que, en su totalidad, es de pertenencia estricta de la familia. El principio de subsidiariedad, por tanto, debe de ser reclamado cada vez que es violado. El realismo educativo, además, aconseja a tomar en cuenta que la formación familiar es, frecuentemente, contrastada por quienes ‘entran en las habitaciones de los hijos a través de las pantallas del entretenimiento e información’, en ocasiones, nefastas.

Los papás, desde luego, deben entender que, con respecto a los hijos/as, siempre hace falta una ‘vigilancia amable’. El abandono, en efecto, de los hijos produce en ellos desapego familiar y heridas profundas en el alma. En todo proceso formativo, además, el mayor reto consiste en educar para un ejercicio responsable de la libertad, don de Dios (6) y en formar la ‘conciencia moral’.

Un defecto de la juventud, hoy, es querer y ‘recibir todo y a prisa’. En contra de esta búsqueda inquieta de ‘gratificación inmediata’ hay que educar para la ‘espera’, para la capacidad de esperar y prepararse para la cosecha, a su tiempo. Simultáneamente, habrá que luchar, hoy, también en contra del ‘autismo tecnológico’, que aísla a los hijos, privándoles de la ‘convivialidad’ familiar y social. Finalmente, la cereza en el pastel es y será, para toda familia cristiana, la tarea de transmitir la fe que, desde luego, supone que los padres vivan la experiencia real de Dios.

Octavo capítulo: “acompañar, discernir e integrar la fragilidad”. Es la parte más delicada y, tal vez, de difícil comprensión de la Exhortación: ‘acompañar’, ‘discernir’ e ‘integrar’ la fragilidad. Para discernir e integrar en la vida eclesial y pastoral también a las familias ‘heridas’ se necesita, en efecto, paciencia y ‘gradualidad pastoral’, o sea, aplicar la ley de la ‘gradualidad’. Con respeto a las situaciones llamadas ‘irregulares’ no olvidemos que irregulares son las situaciones y no las personas. Éstas merecen siempre comprensión, respeto, misericordia y perdón. En efecto, no siempre, delante de algún mal moral, la culpabilidad es la misma, sino que habrá que juzgar desde las circunstancias. Éstas, concretamente, pueden constituir verdaderas ‘atenuantes’ de la responsabilidad, incluso, sin quitar la gracia (7). Para constatarlo y analizar las situaciones con objetividad el mejor y único camino es el del ‘discernimiento moral’. Éste puede hacerse desde cada cultura e Iglesia local (8). Es ella, en efecto, con el obispo a la cabeza y los sacerdotes como ayudantes, que conoce a sus miembros y sabe de sus dificultades, consciente que no hay recetas fáciles para solucionar los problemas. Además, la aplicación inmisericorde de reglas morales abstractas, como si fueran rocas, no es cristiana (9): “un pastor -escribe el Papa- no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones ‘irregulares’, como si fueran rocas que lanzan sobre la vida de las personas”.

Lógicamente, es importante tener los criterios morales claros, pero, más todavía, lo es acompañar en el dolor, en el pecado y en el sufrimiento, buscando el bien de las personas imperfectas y falibles. Es más importante porque es amor. A la luz de la Exhortación, lo que deberá siempre destacarse, en el discernimiento, es la lógica de la misericordia pastoral (10). En el trasfondo de tantas familias heridas es mejor que resuene la invitación a recorrer la ‘via caritatis’ que la de la condenación. La caridad fraterna, de facto, es la primera ley del cristiano. La enseñanza de la Teología Moral, por tanto, -concluye Papa Francisco- “no deberá dejar de incorporar estas consideraciones pastorales porque, si bien es verdad que hay que cuidar la integridad de la enseñanza moral de la Iglesia, siempre se debe poner especial cuidado en destacar y alentar los valores más altos y centrales del Evangelio” (Cf. EG, 47).

Noveno capítulo: “espiritualidad familiar y conyugal”. Una dosis de espiritualidad de comunión matrimonial y familiar puede ser un rayo de luz precioso y orientador. La espiritualidad matrimonial y familiar, en efecto, no puede minimizar el carisma de la comunión entre sus miembros. También la oración, alegre y espontánea, entre los esposos y en familia, es garantía de unión y fidelidad. Además, la espiritualidad será siempre el soporte del amor, entre todos los integrantes, y reflejo de un amor genuino, exclusivo y libre. En la necesidad, además, gracias a la espiritualidad cultivada entre todos, nunca faltarán el cuidado, el consuelo y el estímulo a permanecer unidos en el amor. Si la familia -añade el Papa- a través de la oración, “logra concentrarse en Cristo, él unifica e ilumina toda la vida familiar” (AL, 317). Una oración de pocos minutos para ‘decirle’ al Señor lo que nos preocupa, ‘rogar’ por las necesidades familiares, ‘pedir’ por alguno, que esté pasando un momento difícil, solicitarle ayuda para amar, darle gracias por la vida y pedirle a la Virgen que les proteja con su manto de madre, resultaría muy agradable y santificante.

Conclusión

Después de haber recorrido el luminoso camino doctrinal y pastoral de la Exhortación Apostólica AL, nos hemos convencido, aún más, de que se trata de una proclamación gozosa de la verdad sobre el amor, fuente de la alegría nupcial y fundamento de la experiencia, humana y preciosa, de la familia. Un anuncio agradable para todos aquellos que no han perdido el gusto de amar plenamente y que nutren, dentro de sí, el ansia de hacer felices a los demás, en el respeto debido al Creador. Es una pieza clave para todos los creyentes y para aquellos que, dentro de la Iglesia, ejercen el servicio ministerial y pastoral. El espíritu de la AL y las luces, que de ella brotan, deben reformar los estilos de vida cristiana y las acciones pastorales de la Iglesia. Una reforma eclesial que, desde luego, pide conversión, caridad y misericordia para no ‘licuar’ la profundidad del Evangelio.

Se nos pide, en fin, una renovación pastoral, que implica un cambio de mentalidad, una revisión de los criterios de discernimiento y actitudes de humildad y ternura hacia todas las familias. Quien, en fin, lee la AL se sentirá invitado a conjugar doctrina y vida en el horizonte dinámico de esa gracia que conduce la Iglesia hacia una comprensión experiencial más profunda del amor de Dios derramado, por el Espíritu, en el corazón de los creyentes. La auténtica revolución, que se puede vislumbrar entre las páginas de la exhortación, es la ‘revolución de la ternura’ que representa no sólo una de las categorías más importantes de este pontificado, sino también uno de los símbolos con los cuales mirar, hoy, a la familia (11).

PADRE U. M. MARSICH SX


1 “Tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros” (AL, 59).

2 En la AL, en efecto, Papa Francisco cita la ‘Humanae Vitae’ y la ‘Evangelii Nuntiandi’ de Pablo VI; la ‘Gratissimam Sane’ y la ‘Familiaris Consortio’ de S. Juan Pablo II; la ‘Deus caritas est’ y la ‘Caritas in Veritate’ de Benedicto XVI.

3 “Por algo será -expresa el Papa- que un amor sin placer ni pasión no es suficiente para simbolizar la unión del corazón humano con Dios (AL, 142). La dimensión erótica, por cierto, no es un ‘mal permitido’ o un ‘peso a tolerar’, sino, al contrario, es un ‘don de Dios que embellece el encuentro de los esposos”.

4 “El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna” (AL, 166).

5 La bula reciente del Papa Francisco ‘Mitis Iudex Dominus Iesus’ es un instrumento legal providencial para poder agilizar los procesos de nulidad matrimonial y, así, sanar algunas de las familias heridas.

6 La educación, en efecto, entraña la tarea de promover libertades responsables (AL, 261), posibles si conservan el nexo con la ‘verdad’ y el ‘bien’.

7 “La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos y sociales” (Catecismo, n. 1735). También las conciencias de las personas, por ejemplo, deben ser mejor incorporadas en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan, objetivamente, nuestra concepción del matrimonio.

8 El Papa se refiere, aquí, a la necesidad de inculturación de los juicios y discernimientos.

9 “El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero” (AL, 296).

10 “La Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza” (Cf, ‘Relatio Synodi’ 2014, 24).

11 Cfr. G. Bassetti, en ‘El observador Romano’, 15 de abril 2016, p. 15. 

Mauro Marsich Umberto sx
06 Maggio 2016
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