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PLACUIT DEO – GUSTÓ A DIOS

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“PLACUIT DEO – GUSTÓ A DIOS”

El objetivo de esta carta es “ayudar a los creyentes para que redescubran la belleza y la fascinación de pertenecer a Cristo y a la Iglesia”

Se trata de la ‘carta’ de la Congregación para la Doctrina de la Fe con aprobación y firma de su santidad el Papa Francisco. La prensa italiana la presenta como un intento, del actual Papa y de la Iglesia, para contrarrestar los nuevos ‘reduccionismos de la fe’, centrados alrededor de la “autosuficiencia humana”, generando, así, errores doctrinales similares a las antiguas herejías del ‘pelagianismo’ y ‘gnosticismo’. El título del documento se inspira a la carta a los Efesios, en la cual Pablo escribe: “gustó a Dios, en su bondad y sapiencia, revelarse a sí mismo y darnos a conocer el misterio de su voluntad” (Ef. 1, 9). La carta se detiene, de facto, sobre la verdad teológica de la “salvación”, que la creatura humana, desde luego, no puede lograr con sus solas fuerzas, sino que se obtiene únicamente en Cristo, que es la vía que nos conduce al Padre. El ‘lugar teológico’, a su vez, donde recibimos la salvación es la Iglesia.

El texto de la carta mira a poner en alerta a los cristianos, de todo el mundo, acerca del peligro de la autosuficiencia. Se trata de un peligro, que es real, cuando se reduce la figura de Cristo a un modelo que, con sus gestos, inspira acciones generosas, más que a aquel que transforma la condición humana integral, de cuerpo y alma, incorporándola en la nueva existencia, reconciliada con el Padre y presente por el Espíritu Santo. Todo esto, mientras la sociedad contemporánea, al contrario, desarrolla una visión de la salvación meramente interior e intimista, que lo hace sí sentir bien con Dios, pero sin preocuparse por relacionarse con los demás y con el mundo creado: verdaderas desviaciones doctrinales, que la carta, oportunamente, denuncia, asemejándolas con las antiguas herejías del pelagianismo y gnosticismo. En particular, la carta reconoce que, hoy, prospera un neo-pelagianismo por el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo sin reconocer que depende, en lo más profundo, de Dios y de los demás. Un cierto neo-gnosticismo, de otro lado, ofrece hoy una salvación meramente interior y encerrada en el sujeto, o sea, ‘subjetiva’. Consiste ésta en elevarse con el intelecto más allá de la carne de Cristo, o sea, hacia los misterios de una divinidad desconocida. Es la pretensión, de facto, de liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino, únicamente, una realidad sin sentido y manipulable según los intereses del hombre.

Frente a estas tendencias, la carta de la Congregación Romana quiere ratificar que la salvación depende de nuestra unión con Cristo quien, con su muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones, con el Padre y entre los hombres, para constituir un único cuerpo de hermanos en el ‘primogénito’ Jesús (Rom. 8, 29). La salvación plena de la persona, en fin, no consiste en las cosas, que el hombre pudiera obtener por sí mismo, es decir, bienes materiales, ciencia, técnica, poder y complacencia.

Amplio y articulado, en la carta, es el retorno a la idea de Cristo, conjuntamente Salvador y Salvación. Es él, en efecto, quien nos ha abierto la puerta de toda liberación y se ha definido ‘vía’ de salvación: ‘Yo soy la vía’ que, pero, no es sólo ‘itinerario interior’. En efecto, Cristo es salvador en cuanto ha asumido nuestra humanidad integral y ha experimentado una vida humana plena, en comunión con el Padre y los hermanos.

Acerca de la Iglesia, la carta reitera que ella es el lugar donde recibimos la salvación, que nos ha traído Jesús: “comunidad de aquellos que, habiendo sido incorporados al nuevo orden de relaciones, inaugurado por Cristo, pueden recibir la plenitud del Espíritu Santo”. Es, ésta, una certeza que, conscientes de la vida plena, en la cual Jesús Salvador nos introduce, “apremia a los cristianos a la misión para anunciar a todos los hombres la alegría y la luz del Evangelio”. Este esfuerzo misionero, por cierto, los hará también listos para establecer un diálogo, sincero y constructivo, con todos los creyentes de otras religiones, en la confianza de que Dios puede conducir hacia la salvación en Cristo a todos los hombres de buena voluntad: “por cierto -concluye la carta – se cumplirá la salvación sólo cuando, después de haber derrotado la muerte, último enemigo (Cf. 1 Cor 15, 26), participaremos plenamente a la gloria de Jesús resucitado, quien elevará a plenitud nuestra relación con Dios, los hermanos y la creación”. La salvación, en cuerpo y alma, en fin, es el destino final al cual Dios llama todos los hombres.     

TRADUCCIÓN Y RECOPILACIÓN DEL P. MARSICH S. X.

Humberto Mauro Marsich sx
20 Aprile 2018
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