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S. GUIDO MARIA CONFORTI Biografía

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Los grandes momentos de su vida

Semblanza histórica

(Texto español revisado por el p. Antonio Flores sx en 04/2020)

Guido María Conforti nació en Casalora de Ravadese (Italia) el 30 de marzo de 1865. Era el octavo de diez hijos del matrimonio formado por Rinaldo Conforti y Antonia Adorni. Casalora es una de las pequeñas poblaciones que se encuentran siguiendo la carretera que de la ciudad de Parma conduce hacia el río Po. En la libertad del campo, su vida infantil discurrió serena y laboriosa, al ritmo de las estaciones del año. A Guido le gustaba correr, jugar al aire libre, caminar por los campos y subirse a los árboles buscando nidos de pájaros. Esta afición casi le costó la vida.

Un día, Guido había trepado a lo alto de un árbol en busca de nidos y se había metido bajo la camisa una nidada de pajaritos. Intentaba regresar al suelo con cuidado para no hacer daño a la nidada cuando se desplomó estruendosamente quedando tendido en el suelo y sin conocimiento. Allí lo encontró un viejecito que lo recogió y lo llevó a la granja, donde, después de algunos cuidados, se recuperó. Pero, este accidente marcó la vida de Conforti por las consecuencias que más tarde tuvo en su salud.

Su madre Antonia, mujer de profunda fe, le inició en la vida cristiana, sembró en el corazón de aquel niño la semilla de la fe que años después debía de producir mucho fruto. Una cosa le preocupaba a aquella buena mujer: que sus hijos creciesen amando y respetando a los pobres que solían mendigar a la puerta de su casa.

Muy pronto, Guido fue llevado a la ciudad de Parma para realizar los estudios primarios en el Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Todas las mañanas, cuando iba a la escuela, aquel niño pasaba por el “Borgo de las Columnas” y entraba en la Iglesia de la Paz para visitar un Crucifijo que allí se encontraba. ¿Qué pasaba por la mente de Guido al contemplar aquel Cristo clavado en la cruz? No lo sabemos, aunque sí conocemos que él atribuyó a aquellos encuentros diarios una enorme importancia para su vida. Ya de adulto, y señalando aquel Crucifijo, dijo a un amigo:

“Todas las mañanas, cuando iba a la escuela, me paraba delante de Él. Este Crucifijo me dio la vocación. Yo lo miraba y Él me miraba a mí y parecía decirme tantas cosas”. Guido veía frecuentemente la larga fila de los alumnos del Seminario atravesar la plaza de la Catedral. Hacerse sacerdote fue el deseo que comenzó a acunar dentro de sí, seguramente empujado por la experiencia de aquel Crucifijo que “parecía decirle tantas cosas”.

Sin embargo, su padre, hombre de escasa religiosidad, propietario de una gran finca, había pensado otros proyectos para su hijo de doce años, que se abría a la vida rico en promesas. Cuando Guido le expuso su proyecto, él se opuso con vehemencia. Pero la oposición paterna no duró mucho gracias a la mediación de mamá Antonia. Papá Rinaldo comprendió que la felicidad de su hijo dependía de la realización de su vocación. Por esto, aceptando el nuevo rumbo de las cosas, accedió a que Guido ingresase en el Seminario de la diócesis de Parma, lo ayudó y lo sostuvo. Al final de su vida, Rinaldo terminó por alegrarse de la opción tomada por su hijo. Así, Guido, acabada la escuela elemental, entró en el Seminario Menor Diocesano de Parma. Era el año 1876. Sus compañeros del Seminario lo consideraban un muchacho vivaz e impetuoso. Eso sí, le gustaba el estudio, era aplicado y obtenía buenos resultados. En estos años de su adolescencia, Conforti sintió el primer reclamo de la misión, que se fue convirtiendo, cada vez más, en el principal ideal de su vida. Todo comenzó cuando cayó entre sus manos un libro sobre la vida de San Francisco Xavier.

Leyendo la vida del santo navarro, el espíritu de Guido se abrió al ideal misionero. Deseó vivamente ser apóstol entre los pueblos no cristianos. Por ello pensó al principio hacerse jesuita, como Xavier... después escribió también a don Bosco, fundador de los salesianos... pero no consiguió la respuesta que esperaba. Hay que decir que en aquellos años una enfermedad de tipo epiléptico, fruto tal vez de aquel accidente que tuvo de niño, le atacó gravemente, amenazando incluso la realización de su vocación sacerdotal.

La enfermedad sorprendió a Guido María Conforti a la edad de 17 años y le acompañó hasta la vigilia de su Primera Misa, a los 23 años, dejándole para siempre una salud enfermiza. La cosa fue tan seria y tan larga que se convirtió en un auténtico martirio para el joven seminarista. El único refugio de Guido, en aquellos años, fue la oración, animada por una confianza ilimitada en Dios.

Vivía por entonces en Parma una religiosa, que todos consideraban una santa, Ana María Adorni, ésta aconsejó al joven Guido: “Ve a rezar al Santuario de Fontanellato, porque Nuestra Señora te devolverá la salud, serás sacerdote y llegarás a ser padre y pastor”. Y así fue. Guido atribuyó siempre a la intercesión de Nuestra Señora el haber recuperado la salud y el haber podido cumplir sus sueños misioneros.

En otoño de 1888 Conforti fue ordenado sacerdote y celebró su Primera Misa en la particular intimidad del Santuario de Fontanellato, acompañado por los familiares más cercanos y por algunos amigos. Aquel día Guido escribió en su diario:

“No puedo vivir sólo para mí mismo. Con el pretexto de vivir para Dios, no tengo el derecho de abstenerme de vivir para mis hermanos, porque la señal por la que Dios reconoce a quien vive para Él es la caridad, es decir, la vida entregada por los demás”.

En los primeros años de sacerdocio, Guido, aunque deseaba un trabajo en alguna parroquia rural, fue llamado a desarrollar su actividad en el Seminario Diocesano, como formador, y en las oficinas del Obispado, como colaborador de su obispo. Antes de ser ordenado, ya había sido nombrado vicerrector y profesor en el Seminario. Sin arrinconar ni olvidar su “sueño misionero”, Guido se dedicó, con todo amor y empeño, a los encargos recibidos por obediencia. Pero las cosas no quedaron ahí. Su obispo confiaba ciegamente en él y así, una tras otra, fueron cayendo sobre sus espaldas diversas tareas que le fueron comprometiendo, cada vez más, al servicio de la Iglesia local. En pocos años fue nombrado Canónigo de la Catedral. Archidiácono del Capítulo, Director de la Obra para la Propagación de la Fe, Superior del Colegio Teológico y Vicario General de la Diócesis de Parma. Parecía que su proyecto misionero iba a desaparecer para siempre ocupado como estaba en las tareas al servicio de su Iglesia local.

Pero, a pesar de los ministerios que su obispo le iba confiando, Guido María Conforti estaba decidido a dedicar su sacerdocio, sus fuerzas, sus pertenencias y toda su vida a la que tenía como “la más santa de las causas”: la causa misionera. Tras años de paciente espera, el 9 de marzo de 1894, escribió una carta al Cardenal Prefecto de la Propagación de la Fe exponiéndole su proyecto de poner en marcha un Instituto para las Misiones Extranjeras.

“Desde mi juventud he sentido siempre y con gran fuerza la pasión de dedicarme a las misiones extranjeras. Ya que, por razones enteramente independientes de mí, no he podido secundar esta santa inclinación, he pensado desde hace años fundar yo mismo un Seminario destinado a esta nobilísima causa.

Este propósito nunca ha disminuido en mí, ni con el paso del tiempo ni con los cambios de las circunstancias. Por el contrario, se ha hecho siempre más fuerte y, aconsejado por piadosas e iluminadas personas, lo creo inspirado por Dios. Me atrevo a esperar de Su Eminencia una palabra de aliento para ponerme enseguida a la obra. Me sacrificaré entera- mente y pondré todos mis bienes a disposición para alcanzar esta santa empresa”.

Tenía veintinueve años cuando, en la calle “Borgo Leon d'Oro” en la ciudad de Parma, Guido adquiría una casa que pudiese servir para acoger a los primeros aspirantes a misioneros. Así, Conforti, que no podía ser misionero, se convertiría en padre de misioneros.

El permiso otorgado a Guido María Conforti para fundar un Seminario para las Misiones Extranjeras fue firmado el 1 de noviembre de 1895. El 15 del mismo mes, Conforti acogía en la casa de Borgo Leon d'Oro a los primeros aspirantes. La comunidad estaba compuesta por 17 jóvenes a los que se añadieron otros cuatro en los días siguientes. Algunos días después, el 24 de noviembre, entraba en la comunidad, recién ordenado sacerdote, el P. Caio Rastelli.

El 3 de diciembre de 1895, con la presencia del obispo diocesano, se inauguró oficialmente el Seminario para las Misiones Extranjeras. Empezó aquel día el camino de los Misioneros Xaverianos. El modelo de vida que el Fundador presentaba continuamente a los jóvenes aspirantes a misioneros de su comunidad era San Francisco Xavier. Por eso, años más tarde, serían conocidos como “Misioneros Xaverianos”. Ante sus alumnos, Conforti presentaba a Xavier de esta forma:

“Desde su conversión hasta el último día de su existencia, San Francisco Xavier creció continuamente en su caridad y fue esta caridad la que consumió su vida a los 42 años. Nos hablan de ello sus incansables trabajos para hacer que nuestro Señor Jesucristo fuese conocido y amado y su continua ansia hacia cosas siempre mejores. Para llegar a ello, dejó su patria, emprendió largos viajes por tierra y mar y recorrió palmo a palmo enormes regiones anunciando a todos la Buena Noticia”.

Era el año 1899. El Seminario para las Misiones Extranjeras de Conforti apenas había cumplido tres años, tenía ya unos 30 alumnos, pero la mayoría de ellos eran aún muy jóvenes y necesitaban muchos años de preparación.

El personal que Guido tenía a disposición para las tareas de su Seminario Misionero era muy escaso, y los medios económicos brillaban por su ausencia. Pero no dudó ni un instante en ofrecer sus primeros misioneros a la misión de CHINA, respondiendo a una urgente llamada del que luego sería mártir, el obispo franciscano Mons. Fogola. El 4 de marzo de 1899, los primeros Misioneros Xaverianos, el P. Caio Rastelli y el diácono Eduardo Manini, recibieron de la mano del obispo de Parma, Mons. Magani, y en presencia de Guido M. Conforti, el Crucifijo del envío misionero. Aquel mismo día, los dos primeros Xaverianos emprendieron un viaje que duró dos meses hasta llegar a la ciudad china de Tai-Yuan-Fu, meta de su viaje. Los Misioneros Xaverianos habían empezado a volar.

Todo parecía indicar un futuro prometedor a la obra de Conforti. Pero Dios no le ahorró las dificultades. El P. Rastelli murió en China el día 28 de febrero de 1901, a consecuencia de las penalidades sufridas durante la persecución desatada por los “Bóxers”, rebeldes chinos que persiguieron todo lo que sabía a europeo. El diácono Manini, agotado por los sufrimientos de la persecución, tuvo que regresar a Italia.

Terminaba así, con contrariedad y martirio la primera expedición de los Misioneros Xaverianos. Fueron momentos muy duros para Guido, que veía peligrar su joven fundación misionera.

Cuando la obra apenas había comenzado y después de los tristes sucesos de China, el 14 de mayo de 1902, Conforti fue llamado a Roma por el Papa León XIII, el cual le dijo: “Me han dicho que desea ir a China. Rávena será su China”. El Papa le nombraba así Arzobispo de Rávena. A Guido no le quedó más remedio que aceptar. Aquello le exigía abandonar su joven obra misionera, pero obedeció.

Conforti rogó a su amigo, sacerdote de Parma, Don Ormisda Pellegri, que tomara las riendas de su Instituto Misionero como rector, y partió para el puesto que el Papa le había asignado. ¿Qué sería de su obra misionera? Como Abraham, Conforti se agigantó ante la prueba, siguió creyendo contra toda evidencia que aquella era una obra de Dios y que Dios podía cuidarla sin necesidad de su presencia.

Guido María Conforti, fue ordenado arzobispo de Rávena la mañana del domingo 11 de junio de 1902, en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma. El día antes había pronunciado en la misma basílica sus votos de consagrar toda su vida y sus energías a la misión, fuese cual fuese el lugar y la tarea que la obediencia le impusiese. Llegado a Rávena, Guido se puso enseguida a visitar todas las parroquias de la Diócesis. Se acercó al pueblo y conoció a sus sacerdotes. Se dio cuenta de los estragos causados por el fuerte movimiento antirreligioso presente en aquella región. En sus visitas encontró en más de una ocasión las iglesias desiertas y en ellas se quedaba rezando y llorando por la desolación. La situación era muy triste, era necesaria una profunda obra de reevangelización de aquella cristiandad.

Guido se puso a la obra. Empezó a reunir frecuentemente a los sacerdotes y reformó el Seminario. Pero su salud enfermiza no aguantó tanta tensión ni tanto trabajo; apenas un año después cayó gravemente enfermo. Conforti empezó a darse cuenta de que, a causa de su débil salud, no podía ser el pastor que aquella Iglesia necesitaba. Más adelante, cuando su salud volvió a empeorar notablemente, empezó a madurar la idea de renunciar a su cargo. A finales de septiembre de 1904, fue a Roma a consultar al Papa y le pidió (cosa rara en aquellos tiempos) ser relevado del encargo de la Diócesis de Rávena.

Guido pedía sólo retirarse en la soledad de su Instituto Misionero. Allí dedicaría sus días (que, según sus previsiones, “no podían ser muchos”) a la preparación de los jóvenes que llegasen a él movidos por el deseo de llevar la Buena Noticia a todos los pueblos de la tierra. El Papa le concedió lo que pedía “con vivísimo sentimiento por la pérdida de tan solícito pastor por parte de la Archidiócesis de Rávena”.

Monseñor Serafini, amigo de Conforti, declaró años después: “Rávena representa en la vida de Guido María Conforti un poema escondido de sufrimientos en el espíritu y en el cuerpo, un verdadero calvario. No dudo en llamar sacrificio heroico el paso de Conforti por esta archidiócesis de Rávena”.

Conforti regresó a Parma, al “nido de los aguiluchos” (como él llamaba a su joven Instituto). Sus aspirantes a misioneros lo acogieron muy felices de tenerlo todo para ellos, como Superior y como educador.

El Instituto era todavía una pequeña planta, pero, gracias a la bendición de Dios y a los cuidados de Conforti, iba creciendo de día en día, cada vez más fuerte y dispuesto a convertirse en un árbol robusto.

El 21 de enero de 1904, durante la permanencia de Conforti en Rávena, los Xaverianos Luís Calza, Antonio Sartori, Juan Bonardi y José Brambilla, habían salido de Nápoles con destino a Kin-Kia-Kan (en la región del Honan meridional, al interior de China).

“Sé que el momento en el que van a cumplir su misión – dijo una vez Conforti a sus misioneros – no es de los más fáciles. Las dificultades que encontrarán en el ejercicio de su ministerio no serán leves, ante sus ojos se proyectará la posibilidad del martirio. Todo esto no debe hacer disminuir su entusiasmo ni frenar su celo apostólico. Al contrario, todo esto debe ensanchar sus corazones a ejemplo de los mártires, a ejemplo de los Apóstoles que les han precedido en la gloriosa lucha”.

Después de su renuncia a Rávena, Conforti permaneció en la Casa Madre de los Misioneros Xaverianos de 1904 a 1907. Al dejar Rávena, había escrito:

“Ahora dedicaré todos mis pensamientos y todo mi afecto a nuestro Instituto, en el cual pienso terminar los días de mi vida que hasta hoy ha sido un tanto tempestuosa. Gracias a Dios vuelvo a mi casa pobre, con los bolsillos vacíos”.

Además de dedicarse a la formación de los alumnos, Conforti se ocupó particularmente de dos problemas de la naciente Congregación: su reconocimiento como sociedad de derecho pontificio, que obtuvo con el “Decretum Laudis” en 1906, y la asignación de una misión propia a los Xaverianos, lo que consiguió también en 1906, cuando se confió al Instituto Xaveriano la Prefectura Apostólica de Honan, en China.

El Instituto Xaveriano para las Misiones Extranjeras se iba consolidando, hasta el punto que se hizo necesario construir un edificio adaptado a las necesidades crecientes, más grande y más funcional. Fue un trabajo que absorbió completamente a Conforti, quien, para la construcción del nuevo edificio, donó todo su patrimonio, publicó artículos, mendigó y organizó tómbolas de beneficencia.

Pero aquellos años dedicados exclusivamente a su fundación misionera terminaron pronto. En 1907 una carta del Papa San Pío X, invitaba a Guido María Conforti a aceptar ser Obispo Coadjutor de la Diócesis de Parma, su ciudad natal. El Papa le había escrito: “Somos dos los que venimos a pedirle una gran caridad. El venerado Mons. Magani, para proveer una diócesis tan vasta y fatigosa como Parma, pide un coadjutor con derecho de sucesión. Necesitamos que Mons. Conforti nos diga: “Aquí estoy, envíenme a mí”.

Conforti obedeció nuevamente. Pastor de almas, según el corazón de Dios, se dedicó a visitar por cinco veces todas las parroquias de la diócesis en visita pastoral, desde la llanura hasta los Apeninos. En aquellos tiempos se viajaba en carruajes, a lomo de mulo o a pie, pero ninguna dificultad detenía a este infatigable obispo. En su primera carta pastoral al clero y al pueblo de Parma, Conforti trazó su programa de gobierno:

“Mi política será siempre el Evangelio; mi partido, el de Cristo; mi programa de gobierno, el que siguieron los apóstoles; mi palabra de orden, la que he querido grabar en mi escudo episcopal: ‘In omnibus Christus’, Cristo en todo y en todos. No estaré entre ustedes para mandar; sino para servir; para orar; conjurar y amonestar. Aunque tenga que luchar contra el error y el vicio, nunca alimentaré amargura con los que yerran. Podré ser adversario, pero nunca enemigo”. La actividad pastoral de Mons. Conforti en la diócesis de Parma se encaminó, sobre todo, a la renovación de la Catequesis, es decir, de la conciencia de los compromisos de la vida cristiana, yendo a las raíces de una verdadera renovación eclesial. En este sentido fueron ejemplares sus Cartas Pastorales, la institución de la Escuela de Catequesis, la Semana Catequística y el Congreso Catequístico Diocesano. Conforti, al terminar su primera visita pastoral a las parroquias, así escribió:

“Durante la visita a lo largo y ancho de nuestra diócesis he constatado, y ¡me pesa!, el descuido deplorable en que se tiene la instrucción religiosa tanto de los niños como de los adultos. He observado que faltan programas, falta método, faltan aulas, faltan maestros. Debemos preguntarnos: ¿Qué hemos hecho hasta ahora? ¿Qué queremos hacer en adelante?”.

Junto a la renovación de la Catequesis, Mons. Conforti dedicó un particular cuidado al Seminario Diocesano donde se formaban los nuevos pastores de las comunidades cristianas. Exhortaba insistentemente a los futuros sacerdotes a que las parroquias fueran centros de animación e irradiación de vida cristiana, centradas en la Eucaristía.

Durante el cuarto de siglo en que Conforti fue pastor de la diócesis de Parma, graves acontecimientos sociales y políticos turbaron su pueblo. Como Obispo fue promotor de concordia y de paz, no dudando en arriesgar su misma integridad personal. Cuando los fascistas le pidieron que bendijese sus gallardetes, Conforti escribió al Gobernador:

“La violación de la libertad y las agresiones sufridas por sacerdotes y fieles, por parte de grupos fascistas, no me permiten impartir la bendición solicitada... Desde hace varios días se van repitiendo en nuestra ciudad hechos que hacen que yo me avergüence de ser hijo de Parma. Como ciudadano y como obispo protesto enérgicamente. Pido al Señor Gobernador que ponga toda la fuerza de su autoridad y de su persona, para que estos hechos no se repitan”.

Desde el principio de su sacerdocio, Guido se preocupó de los problemas sociales, interviniendo personal y frecuentemente en los debates en vistas a encontrar soluciones cristianas a los conflictos. En los movimientos insurreccionales del barrio llamado “Oltretorrente”, fue llamado para mediar entre las partes enfrentadas y logró evitar violencias y represiones.

Además del apremio pastoral por su diócesis, Mons. Conforti fue, en primera persona, promotor incansable de un profundo despertar misionero de la Iglesia Italiana. Acompañó el nacimiento de la Unión Misional del Clero, de la cual fue el primer presidente durante diez años, estando fuera de toda duda que dicha Unión fue uno de los principales factores del despertar misionero de nuestro tiempo.

El cuidado de la Diócesis de Parma no le hizo olvidar a todos aquellos que aún no conocían a Cristo y su Evangelio. Escribía personalmente a todos sus hijos misioneros que estaban en China, se preocupaba de su situación, buscaba los medios económicos necesarios para sus necesidades y para sus obras, y, sobre todo, continuaba en su trabajo de buscar y formar a nuevos Xaverianos que aumentasen un día a los que ya estaban en misión. Leemos en una carta a sus misioneros:

“En espíritu me encuentro con ustedes. Tengo siempre delante de mis ojos las fotos de sus residencias, y si las personas pudieran seguir el pensamiento, me verían a menudo y por largo rato en su compañía. El Amor de Cristo no conoce distancias y en Él estoy en medio de ustedes con el corazón”.

La situación de China dejaba mucho que desear y los misioneros de Conforti sufrían las consecuencias de un país a la deriva: guerras continuas entre los señores feudales; bandas armadas que recorrían el país saqueando, destruyendo y matando; hambre y miseria para el pueblo. Pero la misión de los Xaverianos continuaba y poco a poco crecía. En el año 1912 el Xaveriano Luís Calza fue nombrado obispo de aquella misión que contaba ya con 12 parroquias, 4.000 cristianos, 6.200 catecúmenos y, lo más importante, con 73 catequistas. Los Misioneros Xaverianos presentes en China ya eran 14. La pequeña semilla crecía.

A Conforti no le faltaron los dolores: en julio del 1908 moría en China el Xaveriano P. Vicente Dagnino, con solo 24 años de edad, víctima de la viruela, contraída asistiendo a los enfermos. Poco después murió también el P. Conrado di Natale, víctima de lo que entonces se llamaban “las fiebres”.

“Llegarán tiempos mejores para esta misión; al invierno de las tribulaciones le siguen la primavera de las flores y el verano de los frutos” – escribía Conforti a sus misioneros de China.

Los años de la Guerra Mundial, 1914-1918, fueron de enormes dificultades para los Xaverianos. El Instituto carecía de medios económicos para hacer frente a las necesidades de los misioneros. Conforti esperaba, rezaba, sostenía con todas sus fuerzas a la joven Congregación misionera. Les escribió:

“La pobreza se vive en nuestro Instituto en toda su extensión. No creo que exista en la ciudad de Parma un Instituto que esté peor que nosotros. Es una prueba del Señor y esperamos superarla. Quisiera poder mandar millones para ayudar a los misioneros de China, pero sólo puedo pagar los gastos del viaje de los nuevos misioneros. Al escribir esto me sangra el corazón. Pero espero contra toda evidencia y pienso que Dios no nos abandonará, pues, la causa por la cual trabajamos es suya”.

Corría el año 1927 cuando Conforti decidió que debía visitar a sus hijos misioneros que trabajaban en China desde hacía ya más de veinte años. Con ellos mantenía continuo contacto por carta, cuidaba su preparación y, no sin dificultades, les mandaba lo necesario para sostener económicamente aquella misión. Guido siempre había tenido el deseo de viajar a China para visitarles en el campo de trabajo. Pero, en aquellos tiempos, un viaje hasta China no era cosa fácil.

Finalmente, el día 21 de septiembre de 1928, tras celebrar la Eucaristía ante Ntra. Sra. de La Guardia, zarpó de Marsella, en un barco de vapor francés, rumbo a Oriente. El 23 de octubre, tras un mes de navegación, el barco entró en el maravilloso golfo de Hong- Kong, y tres días después llegó al suspirado puerto de Shangai.

Fue a esperarle Mons. Calza, primer obispo xaveriano en China, el cual le acompañó por la grandiosa ciudad de Shangai, construida a la europea y con el aspecto de una gran metrópoli. La primera impresión que Mons. Conforti tuvo de China fue la de “un pueblo que promete mucho para su porvenir y que en un tiempo no lejano tendrá quizás una mayor influencia en el equilibrio mundial”.

“Mi permanencia en China – escribió después – ha sido sólo de un mes y medio. Durante este tiempo he podido darme cuenta de las numerosas cualidades de sus gentes. Tal vez, entre los pueblos de la Tierra, China es el más disponible para el Evangelio, sobre todo en las regiones del interior del país. Se nota por todas partes que, donde llega el trabajo del misionero, florece la vida cristiana y social. ¡Ojalá fuese mayor el número de misioneros y catequistas!”.

Tras visitar a sus misioneros y compartir tantas inolvidables jornadas con el pueblo chino, llegó la hora del regreso. Conforti quiso celebrar con sus misioneros la fiesta de S. Francisco Xavier el 3 de Diciembre; fue su adiós antes de partir para Europa. Durante el viaje de vuelta, se detuvo en Pekín, invitado por el Delegado Apostólico, desde donde, antes de dejar definitivamente China, escribió a Mons. Calza:

“Regreso admirado por todo el bien que nuestros misioneros han sabido hacer en beneficio del pueblo chino”.

El regreso fue por tierra, atravesando la Unión Soviética. Fueron días interminables, horas casi eternas en el tren transiberiano. Jornadas grises como de un continuo crepúsculo, escuálidas estepas sumergidas en el silencio, abedules cubiertos por un manto de nieve e inmensos campos nevados semejantes al mar en calma. Conforti llegó a Parma el 28 de diciembre después de haber recorrido 34.000 kilómetros.

Durante una solemne celebración de acción de gracias en la catedral de Parma, Guido Conforti dijo:

“He tenido la oportunidad de saludar personalmente a nuestros misioneros: he recorrido los caminos fatigosos que ellos andan; he experimentado todos los medios de transporte que ellos usan; me he alojado en sus humildes residencias y me he sentado en sus humildes mesas; pero, sobre todo, me he dado cuenta de las dificultades que encuentran en el ejercicio de su apostolado, así como del grande bien que ellos hacen en China. Nunca podré olvidar la bondad con la que siempre me rodearon, ni los ejemplos de virtud con los que me han edificado”.

Mucho entusiasmo, mucha alegría, sin duda. Pero, también se dieron otros matices en la visita. Conforti encontró que las relaciones entre los misioneros xaverianos no eran todo lo fraternas que él deseaba. Las enormes dificultades económicas por las que pasaba la misión habían exasperado los ánimos y dividido a los hermanos. Habían surgido tensiones entre jóvenes y ancianos misioneros. Conforti exhortó, aconsejó e intentó dar soluciones a los problemas encontrados. La administración del Instituto Xaveriano en Parma y la de la misión tuvieron que separarse y diferenciarse claramente la una de la otra para evitar nuevos conflictos y malentendidos.

Pero hubo otro hecho, aún más grave, que apenó profundamente a Conforti. Con el alma radiante y con el recuerdo aún fresco de sus hijos en China, les dirigió una carta circular en enero de 1929, como resumen de sus impresiones de la reciente visita, encomendando a todos la unión fraterna entre sí y con su superior eclesiástico Mons. Luis Calza. Mientras dicha circular, rebosante de afecto y agradecimiento, surcaba el océano, se cruzó con un “memorial” proveniente de China, fechado el mes de enero y dirigido a la Dirección General del Instituto que criticaba lo hecho por Conforti. Venía firmado por tres misioneros xaverianos, uno de ellos era Mons. Calza, el obispo de la misión y uno de los primeros discípulos de Conforti.

Esta fue, tal vez, la espina más dolorosa que atravesó su corazón de padre. Las demás procedían ordinariamente de fuera, mientras que ésta venía de sus propios hijos. Mons. Conforti, con el alma dolorida, respondió así a Mons. Calza:

“He leído atentamente el memorial y aunque he intentado interpretarlo de la mejor manera posible, siento tener que expresarle la penosa impresión que ha producido en mí la des- confianza que lo inspira, de principio a fin, hacia la Dirección General de nuestro Instituto. Desconfianza que llega hasta la amenaza de recurrir a la autoridad suprema si en el próximo Capítulo General quedase sancionado algo que perjudicase los derechos de su cargo de obispo.

Aparte de la duda, que ya suena a ofensa, quiero asegurarle que, desde este momento, no se hará nada que pueda estar, ni siquiera lejanamente, en contra de los sagrados cánones o de las declaraciones de la Santa Sede.

Además, el documento expresa, la opinión de que el resultado de la visita que hice ha sido nulo. […] Me doy perfecta cuenta que no me queda otra cosa que confiar únicamente en Aquel que dispone de las mentes y de los corazones, y que puede hacer lo que nosotros, pobres hombres, no podemos más que desear y pedir”.

Mons. Calza se apresuró a escribir una carta de explicaciones y excusas que Conforti aceptó, cerrando y olvidando el caso. En su corazón de padre deseó profundamente que jamás volviera a suceder algo que turbara la paz y la armonía de su familia misionera, cuyos miembros “deben formar en Cristo un solo corazón y una sola alma”. No se volvió a hablar más del lamentable episodio, y sólo a Mons. Calza se le escapó una vez la expresión: “Pero, ¡qué me hicieron firmar!”. Para el Fundador “todo queda sepultado para siempre en el olvido y desea que no sea recordado sino como un motivo para decir que la caridad siempre triunfa”.

Guido María Conforti nunca habló de esto con nadie. Pero, tal vez aludía a esto cuando se dice que confió al P. Bonardi: “Esta es la más grande consternación de mi vida”. O como cuando alguien le oyó murmurar en los últimos días de su vida: “Ni siquiera mis propios hijos me entendieron”. Desalientos comunes en la vida de los fundadores de Congregaciones.

Los tres años que siguieron al viaje de China fueron para Conforti un sereno atardecer. El obispo presentía cercano su fin y lo decía a los fieles de las parroquias que visitaba.

El 25 de octubre de 1931, tras haber conferido las órdenes a algunos jóvenes, se metió en la cama y ya no se volvió a levantar. El 5 de noviembre de 1931 Guido María Conforti entraba en la Casa del Padre. El pueblo de Parma lloró la perdida de un hombre grande en humanidad, en fe en Cristo y con una inquebrantable vocación misionera.

Sobre la tumba de Conforti, en la capilla de la Casa Madre de los Misioneros Xaverianos, está su nombre y un sencillo escrito que resume toda su existencia: “IN OMNIBUS CHRISTUS” (EN TODO y EN TODOS, CRISTO). Era su lema episcopal y su programa de vida.

Mons. Guido María Conforti dejaba a los Misioneros Xaverianos un testamento: trabajar para construir un mundo de hermanos.

“Trabajemos siempre con ardor creciente por el anuncio del Evangelio entre los que no lo conocen, aportando así nuestra contribución a la realización del deseo de Cristo que quiere que se forme una sola familia que abrace a toda la humanidad. Que cada uno de nosotros esté íntimamente convencido de que la vocación a la que hemos sido llamados no podía ser más noble y grande; nos acerca a Cristo y a los apóstoles, que, abandonándolo todo, se entregaron íntimamente y sin reservas al seguimiento del Maestro. ¡El Señor no podía ser más bueno con nosotros!”.

A la muerte de Guido Conforti, los Xaverianos eran un centenar y su trabajo misionero se desarrollaba en China. Continuaban el sueño de Xavier: lograr que Cristo fuese conocido en aquel inmenso país. Cada año se añadían nuevos misioneros, se les conocía como los Misioneros de China y se pensaba que aquella sería para siempre su misión.

Pero las circunstancias, en las que Dios siempre se manifiesta, dispusieron las cosas de modo distinto. Entre los años 1951 y 1954 todos los Misioneros Xaverianos fueron expulsados de China por el régimen comunista. Como una planta podada, la Familia Xaveriana no murió, se extendió por el mundo. En los años cincuenta, los Misioneros Xaverianos fueron mandados a Japón, Bangladesh, Indonesia, Brasil y Sierra Leona. Poco después el campo de acción se extendió a R.D. de Congo, Burundi, México y Colombia. Luego vinieron las misiones de Camerún, Chad, Filipinas, Taiwán, Mozambique y Tailandia.

Actualmente los Misioneros Xaverianos son alrededor de 700, provenientes de varias naciones: España, Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Brasil, México, R.D. de Congo, Indonesia, Burundi, Camerún, Chad... y su carisma en la Iglesia es el que les dejó Guido María Conforti: “Ser una familia de hermanos dedicados de por vida a anunciar el Evangelio a los pueblos que aún no lo conocen, con especial predilección por los más pobres y marginados”.

El 17 de Marzo de 1996, la Basílica de S. Pedro en Roma estaba a rebosar: el Santo Padre Juan Pablo II declaraba beato a Guido María Conforti junto con otro gran obispo misionero, Daniel Comboni. Cinco años después, el 23 de Octubre 2011, el Papa Benedicto XVI hizo la solemne proclamación de su santidad canonizándolo. Ese día era la 85ª Jornada Mundial de la Misiones.

Si esta Basílica romana es siempre un lugar universal, en el que se hacen presentes los diferentes pueblos de la tierra, en estas ocasiones lo fue en mayor medida. La presencia de chinos, japoneses, indonesios, congoleños, bengalíes, sudaneses, burundeses, cameruneses, colombianos, brasileños, mexicanos... muchos de ellos con sus trajes tradicionales, dieron una muestra de la acción misionera que los Misioneros Xaverianos, continuadores de la obra de Conforti, realizan en el mundo.

Durante la homilía del día de la beatificación, el Santo Padre, Juan Pablo II, dijo:

La misión 'ad gentes' fue uno de los puntos fundamentales de la acción apostólica de Guido María Conforti. Llevar a todos la luz de Cristo fue la tarea que orientó toda su vida. El vivió plenamente las tres situaciones en las que se desarrolla la única misión evangelizadora de la Iglesia: el cuidado pastoral de la Iglesia local, el compromiso por la misión 'ad gentes' y la evangelización de aquellos que han perdido el sentido de la fe.

Llamado a ser Pastor de una parte del pueblo de Dios, en una zona en la que se registraba un preocupante abandono de la fe, Guido María Conforti descubrió en la vía de la misión 'ad gentes' un camino providencial para hacer fluir una nueva corriente de vida divina en las almas de los creyentes, aumentando en ellos el fuego del celo misionero. Él estaba convencido de que el modo más eficaz para reforzar la fe en los países de antigua evangelización era trabajar, sin miedo y sin reservas, en el anuncio del Evangelio a cuantos no lo conocen.

La validez de la vocación misionera 'de por vida recordada en la encíclica “Redemptoris Missio”, fue propuesta por él, de manera radical, a sus misioneros queriendo que se consagrasen totalmente a la Misión con voto especial. Y es necesario reconocer que no pocos de sus hijos espirituales han sido fieles a este compromiso hasta el martirio. ¿Cuál era la fuente que daba vigor a su incansable celo y a su total entrega a la misión 'ad gentes'? La Cruz de Cristo, fuente de amor inagotable para quien ha hecho la entrega total de sí mismo a los hermanos cercanos y lejanos.

Este nuevo Beato [hoy Santo – ndr] constituye un luminoso ejemplo de espiritualidad sacerdotal, porque estuvo siempre animado por una fe viva y por un indomable espíritu misionero. Él fue modelo de la auténtica caridad pastoral, porque supo invitar a los creyentes a abrir sus corazones a los alejados, sin olvidar las necesidades de las comunidades locales, para que a todos fuese anunciado Cristo, Redentor de la humanidad”.

Varios
27 Aprile 2020
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