Skip to main content

PASTORAL DE LA VIDA

1910/500

PASTORAL DE LA VIDA: “LA PROCREACION RESPONSABLE” EN LA ENCÍCLICA “HUMANAE VITAE” (Pablo VI)

Introducción

La pastoral, cuya finalidad es de pastoreo y cuidado del pueblo de Dios, en los últimos tiempos, ha extendido brazos y ensanchado corazón en el intento de poder llegar a todos y acompañarlos hacia la meta de la justicia, de la santidad y de la salvación. Un sector pastoral significativo es el de la ‘vida’. La pastoral de la vida y de la salud, orientadas a subsidiar a enfermos, pobres, parturientes y recién nacidos, miran a que se dignifique la vida de todos y sea siempre respetada. En efecto, es básico defenderla y crear condiciones favorables para que pueda ser transmitida sin manipulaciones y en el respeto de las dinámicas amorosas prestablecidas por el Creador. En concreto, no es digno del hombre posesionarse de la vida, estableciendo él mismo ‘cómo’ nacer, si natural u artificialmente; tampoco cómo y cuándo morir. El papa Pablo VI, consciente de las tentativas humanas de dominar los procesos procreativos, adueñándose de las fuentes de la vida, escribió la ‘Humanae Vitae’ (‘HV’) ad hoc, o sea, para iluminar las conciencias de los fieles y de los matrimonios. Mi participación al congreso tiene la finalidad de colaborar en la comprensión del espíritu de la ‘HV’ y, posiblemente, aportar algo a la pastoral de la vida.

El problema pastoral de la ‘paternidad responsable’ o ‘control de la natalidad’.

Uno de los problemas pastorales más cuestionado, en México y América Latina, es, indudablemente, el control de la natalidad o ‘paternidad responsable’: problema que nos permitimos plantear a la luz de la ‘HV’. El papa Pablo VI, acerca de este problema, prefirió que no se tratara en el Concilio Vaticano II, para asumirlo él mismo en la encíclica citada. El planteamiento del papa Montini, sin embargo, apareció, a primera vista, inoportuno e inaplicable. La controversia, de facto, fue provocada por los mismos matrimonios, no dispuestos a que otra persona extraña se metiera en sus ‘camas’ y decidiera por ellos. El asunto, en efecto, es estrictamente privado y muchas son las diferencias entre los matrimonios para que una ley valga para todos. Además, en ese tiempo, la explosión demográfica, percibida como problemática planetaria, requería una respuesta pragmática de detenimiento. Principalmente, en los países del tercer mundo.

En este nuevo panorama general de crecimiento demográfico exorbitante, la palabra del papa y de la Iglesia resultó conservadora y adversa a la política de limitación de la natalidad, impuesta por las Naciones Unidas. El aumento exponencial de la población se veía como amenaza para la suficiencia alimenticia del mundo y, por tanto, tenía que ser obstaculizado con todos los medios a disposición: propaganda, proyectos de salud reproductiva, subvenciones económicas, contracepción y legalización del aborto. Obviamente, la ONU ejerció, para ello, un papel de convencimiento importante. En fin, todos los medios de persuasión, utilizados en contra de la procreación, poco a poco, lograron cambiar mentalidades, afectar familias y reducir nacimientos.    

La nueva realidad social.

Esta nueva cultura, poco a poco, convirtió la procreación humana en un angustioso y conflictivo ‘problema’ social y conyugal. Por el principio maltusiano del crecimiento exponencial y amenazador de la población, la procreación tenía que limitarse a como dé lugar. Los hijos, desde luego, en lugar de seguir siendo ‘dones esperados’, principalmente en los países cuyo tenor de vida y nivel de bienestar económico se había elevado, se volvieron ‘indeseados’. Lo publicitario de la ‘familia pequeña vive mejor’ tuvo éxito y se hizo dogma universal.

La amenaza social de la explosión demográfica y de la consecuente insuficiencia de alimentos, la obsesión consumista de tenerlo todo, la necesidad de que la mujer también trabaje, la pequeñez de las viviendas, lo complicado de la educación de los hijos, la insuficiente asistencia sanitaria, la inseguridad del trabajo, la presión publicitaria de los medios y la cultura del hedonismo constituyeron los factores sociales que, aun hoy, obligan los matrimonios a reducir drásticamente el número de los hijos. Es un hecho, además, que la secularización de la sociedad, las múltiples exigencias de la vida contemporánea, los alterados conceptos de pareja y las diversas condiciones de la familia obligan, hoy, a procrear con responsabilidad. Se trata del fenómeno moral de la ‘paternidad responsable’, que la Iglesia define como “el juicio recto que deben formarse los esposos ante Dios, acerca de cuántos hijos van a tener y cada cuándo, atendiendo a su propio bien de esposos, al de los hijos ya nacidos o todavía por nacer y también al bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la Iglesia”.

La paternidad responsable pide un proceso de discernimiento, objetivo y compartido, que los esposos deben realizar a la luz del verdadero bien de todos, según sus reales posibilidades e iluminados por la fe. Para llevarlo a cabo correctamente, es oportuno que los esposos redescubran el sentido antropológico y religioso de la procreación, a pesar del entorno social y cultural que, en muchos casos, la denigran y despersonalizan. Para un mayor aprecio de la propuesta eclesial, la ‘pastoral de la vida’ debería evidenciar mejor el marco teológico, que considera la procreación como la forma más sublime de participación de los esposos en la acción creadora de Dios. Los esposos son, en efecto, ministros y colaboradores con Dios en la trasmisión de la vida. Nunca dueños. El proyecto de Dios, acerca del amor conyugal y de su exigencia procreadora, impreso en el hombre y en la mujer por el orden de la creación y renovado por el orden de la Redención con el sacramento del matrimonio - nos lo precisa la ‘HV’- “ha sido confiado a los esposos cristianos no como a dueños o árbitros, sino como a ministros, sea en su finalidad procreadora como en la forma concreta para conseguirlo” (n. 10). Los esposos, por tanto, están moralmente obligados a procrear con responsabilidad, o sea, con unidad amorosa, conciencia recta, gratuidad generosa y confianza en la providencia.

La opción antropológica.

No podemos olvidar, al tratar el problema de la procreación humana, que, en los documentos del magisterio, es tratado a la luz de una precisa antropología ‘personalista’[1]. En nuestros días, lastimosamente, muchos matrimonios cristianos han absorbido, de la cultura dominante, una concepción antropológica reductiva, donde el cuerpo es pensado como instrumento biológico, separado de la persona, y la sexualidad como experiencia periférica sin responsabilidad y, de consecuencia, inconciliable con la visión cristiana.

Los dos momentos de la procreación responsable.

El objetivo de la paternidad responsable, básicamente, puede lograrse, por los matrimonios, a través de dos momentos:

  • El momento “deliberativo”, que consiste en la decisión de la pareja acerca del “proyecto de fecundidad”, o sea, del “cuándo y cuántos” hijos van a poder tener. Es el tiempo de formación de la pareja, durante el cual el hombre y la mujer, movidos por el amor, se hacen siempre más profundamente “uno” y, creciendo en este amor hacia la unidad, lo hacen “efusivo”, o sea, maduro para donar la vida.
  • El momento “ejecutivo”, que se da cuando la pareja decide acerca de “cómo” realizar el proyecto de fecundidad, previamente elaborado. Consiste, ahora sí, en la opción por un método concreto de control de la natalidad. Es el tiempo en el cual el amor efusivo se encarna en los gestos físicos de la intimidad y, encontrándolo dotado del potencial procreador, el amor se vuelve ‘creativo’.

Mientras la cultura laica y secularizada defiende el derecho absoluto de la pareja a optar por el método que más le convenga, la moral católica, ratificada con firmeza por el magisterio más reciente, declara que los únicos métodos, moralmente dignos y lícitos, son los ‘naturales’. Del momento deliberativo se ha preocupado la constitución conciliar ‘Gaudium et Spes’ (GS) y, del momento ejecutivo, la encíclica de Pablo VI “Humanae Vitae”, cuyo aniversario número ‘50’ estamos celebrando.

Análisis del momento “deliberativo” de la procreación responsable.

Afirma la ‘GS’: “Los esposos deben sentirse, desde luego, cooperadores de Dios e intérpretes de su proyecto con responsabilidad y empeño común” (n. 50). La indicación es, aquí, a la “corresponsabilidad” de los esposos y al discernimiento, que debe dejarse iluminar por los criterios humanistas y cristianos del bien personal de los esposos, de los hijos nacidos y por nacer, de las condiciones de vida en sus aspectos materiales y morales y del bien de la sociedad y de la Iglesia. En cuanto a la elección de los medios de control, naturales o artificiales, podemos igualmente reconocer que el Concilio la deroga a la conciencia cristiana de los esposos, insertados en una comunidad eclesial, compuesta también por el magisterio, y vinculada con la ley divina. La rehabilitación de la conciencia moral, que el papa Francisco ha luminosamente revivido en la exhortación apostólica ‘Amoris Laetitia’, desde luego, abre legítimos espacios decisionales para todo matrimonio que vive, en carne propia, la inquietud de abrirse a dar la vida, pero, con responsabilidad y sin egoísmos. El criterio principal de valoración moral para los esposos, por tanto, es el respeto de la naturaleza de la persona y de sus actos y, a propósito de este criterio, así se expresaba el Concilio Vaticano II: “Cuando se trata de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la intención y apreciación de los motivos, sino deben determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos” (GS, 51). Este es el criterio general que puede mantener íntegro el sentido de la humana procreación en un contexto de auténtico amor y libre de toda presión mediática y socio cultural.  

La ‘HV’ también pide a los cónyuges, en relación a la realización de su proyecto de fecundidad, el respeto de las finalidades intrínsecas del acto sexual: la unidad amorosa y la procreación. En caso de no poder responsablemente engendrar, conocedores de las leyes de la sexualidad también a nivel biológico, invita a los cónyuges a no dejarse llevar por los impulsos instintivos en el ritmo de sus encuentros sexuales, sino, más bien a saber cuándo actuar, cómo y por qué.  

El respeto de la naturaleza del “amor conyugal”.

Bien sabemos que el amor conyugal alcanza su plenitud en la relación sexual completa y que debe ser vivido en todas sus dimensiones. Debe, entonces, expresar también su potencial de apertura a la vida. Por tanto, no sería lícito, en el amor conyugal, separar el significado unitivo del significado procreador si no hay razones superiores que lo justifican[2]. La encíclica ‘HV’ recalca una razón más a favor de la “indisociabilidad”, entre los significados del acto conyugal, cuando afirma que el hombre y la mujer no tienen poderes absolutos sobre la vida humana y, tampoco, pueden considerarse árbitros de las fuentes de la vida misma[3]. La oposición del magisterio a la contracepción, en fin, ha constituido un fuerte y autoritario pilar en defensa de la dignidad de la persona, de la naturaleza y calidad del amor y de los mecanismos específicos que lo fomentan.

Consideraciones pastorales.

Es nuestro convencimiento afirmar que hay que ser siempre firmes en los principios y misericordiosos en la práctica. El planteamiento magisterial, sobre el problema del control de la natalidad, es de gran calidad antropológica y de extraordinaria inspiración doctrinal, sin embargo, de difícil comprensión en su vivencia. Por esta razón, habrá que aplicar una “hermenéutica pastoral”, atenta a las personas y llena de misericordia, que pide tomar en consideración:

  • La conciencia de los obstáculos objetivos que los matrimonios encuentran en su itinerario procreativo y que, hoy en día, no son irrelevantes;
  • La ley de la “gradualidad” (FC, 34) que debe aplicarse con benignidad y respeto, en cuanto la ‘perfección’, en cuestión de conducta moral, no es para todos ni al mismo tiempo. Sin embargo, no olvidemos que, en nuestra cultura hedonista, donde el gozo del placer ocupa un lugar relevante, la exclusión segura del hijo podría llevar a encuentros instintivos y sin significado amoroso[4].
  • La ética de la posibilidad. El conseguimiento de la paternidad responsable es meta obligatoria, pero, llena de obstáculos. Se dan casos, en efecto, en los cuales existen limitaciones y situaciones muy graves que no sólo obstaculizan la adopción de métodos naturales de control, sino que obligan asumir, inclusive, métodos no naturales, por ejemplo, cuando no es posible el diálogo de amor respetuoso entre la pareja o no existen condiciones para compartir la toma de decisiones. Cuando la disociación de los significados unitivo y procreador es ya un hecho, sería irresponsable e inmoral arriesgarse a otras maternidades[5].

Lo que es, tal vez, muy alarmante en la sociedad contemporánea, es una especie de pérdida de sensibilidad ética respecto a la finalidad procreadora del amor conyugal. Para los esposos el deber de limitarla es ya asimilado, pero no lo es el tenerlo que hacer con métodos que reducen la espontaneidad y la frecuencia de sus encuentros sexuales. Esta situación tiene, pastoralmente, implicaciones éticas contradictorias: si, para muchos matrimonios, ni siquiera existe ya el problema de la licitud de los métodos usados y, desde luego, ya no sienten la necesidad de confesarse para acceder a la comunión eucarística, para otros más, la conciencia de un posible actuar pecaminoso los aleja, definitivamente, de toda práctica sacramental. 

Conclusión.

Con respecto a la gravedad del incumplimiento de las normas de la ‘HV’ la mayoría de los episcopados invitan a valorar distintamente la actitud de quienes practican la contracepción por egoísmo y de quienes no pueden, responsablemente, suscitar otra vida, pero no ven cómo pueden renunciar a la manifestación de su amor. El episcopado francés, por su parte, opina que las faltas de los esposos, de por sí generosos en la vida apostólica, no son de gravedad análoga a las culpas de las parejas, que desprecian la enseñanza de la ‘HV’ y se dejan dominar por el egoísmo.                                                                          

No apreciamos la contracepción y seguimos considerándola objetivamente ilícita, sin embargo, esto no nos exime de ser comprensivos y misericordiosos para con aquellos que, presionados por factores objetivamente graves, no logran evitarla[6].

Fenómeno de otra naturaleza e implicaciones éticas es la “contracepción de principio” de aquellas parejas que se unen en matrimonio con la explícita intención de no aceptar hijos. A este punto, sería imperdonable no descubrir, hoy, atrás de los términos “derechos reproductivos”, la marcada ambigüedad de ser usados también come cobertura ideológica de las más violentas campañas demográficas de los últimos tiempos que, en los países del tercer mundo, México incluso, se ha traducido en una descarada lucha en contra de la vida, a través de los falsos e inexistentes ‘derechos’ al cuerpo, a la contracepción y al aborto. A los 50 años de la ‘HV’ reconocemos su valor profético en defensa de la vida y su claridad en indicar los caminos correctos para donarla, es decir, el camino del amor conyugal entre el hombre y la mujer.

P. DOCTOR UMBERTO MAURO MARSICH S. X.

BIBLIOGRAFIA

FROMM E., ‘El arte de amar’, Paidós, Buenos Aires 1970.
GIARDINI F., ‘Principi di morale sessuale’, PUSTh, Roma 1980.
SCHILLEBEECHKX, ‘Il matrimonio’, Paoline, Roma 1968.
DELHAYE PH., “Concilium”, 55, 1970.
BERSINI F., ‘Nuevo Diritto Canonico Matrimoniale’, Elle Di Ci, Torino 1983.
HÁRING B., ‘Moral y pastoral del matrimonio’, PS, Madrid 1970.
BENEDICTO XVI, Discurso al Tribunal de la Sacra Rota Romana, 27 enero 2007.
DUQUOC Ch., “Il sacramento dell’amore”, en AA.VV., Il Matrimonio, AVE, Roma 1967.
JUAN PABLO II, Discurso del 17 de septiembre de 1983.
AZPITARTE L., ‘Simbolismo de la sexualidad humana’. SAL TERRAE, Santander, 2001.
AZPITARTE L., ‘Ética de la sexualidad y del matrimonio, hoy’. San Pablo, México 1994.
CICCONE L., Bollettino Diocesi di Chioggia, 1985.
PEINADO V. J., ‘Liberación sexual y ética cristiana’, San Pablo, Madrid 1999.
PABLO VI, ‘Humanae Vitae’ (1968).
CONCILIO VATICANO II, ‘Gaudium et Spes’, n. 51.

[1] Cf. ‘GS’ 12; ‘HV’ 7; ‘FC’ 11.

[2] El Catecismo de la Iglesia, en efecto, citando la ‘HV’, reconoce que “es intrínsecamente mala toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (n. 1370).

[3] ‘HV’, n. 13; ‘FC’, n.32.

[4] Las barreras protectoras del embarazo, que se levantan con la masiva y publicitada incursión de los métodos contraceptivos, pueden convertir los encuentros sexuales de la pareja en fenómenos sin espesor humano, o sea, en experiencias de placer, pero, empobrecidas de su auténtica significación amorosa y, por lo tanto, realizables impersonalmente con cualquier otro interlocutor.

[5] La ética de la posibilidad se aplica también cuando se dan verdaderos “conflictos de deberes”. Si el método de la continencia resulta, por varios factores, “impracticable”, surgen, entonces, en las conciencias de matrimonios sinceros, opuestos deberes: por un lado, el de respetar la apertura a la vida de sus actos conyugales, en ese momento necesario para la estabilidad de su unión y, de otro lado, el de evitar un nuevo nacimiento. Comulgamos con el pensamiento del episcopado francés cuando propone el antiguo principio moral que obliga a la elección del deber considerado mayor. Seguiría el incumplimiento de un deber, pero ya no imputable a la pareja, quien escoge, en el caso específico, la solución más justa, viable y moralmente posible.

[6] La doctrina del magisterio, acerca del uso de los medios artificiales para el control de la natalidad, ha sido siempre firmemente contraria. Podemos citar, además del Papa León XIII, a Pío XI y su encíclica “Casti Connubii” (1930), como a los discursos del Papa Pío XII ya mencionados, a la “Humanae Vitae” de Pablo VI (1968) y a la doctrina moral de Juan Pablo II en la “Familiaris Consortio” (1981). Desde cuando, en los años sesenta se empezaron a comercializar los métodos anovulatorios, el problema se agudizó notablemente y se hizo necesario denunciar la utilización egoísta e indiscriminada de las técnicas anticonceptivas, poniendo así un freno al egoísmo creciente. No se consideraba correcto que los esposos, a través de estos medios, separaran los dos significados que Dios creador había inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de la comunión sexual, comportándose como árbitros del designio divino, manipulando la sexualidad humana y, con ella, la propia persona del cónyuge.

Humberto Mauro Marsich sx
18 Aprile 2018
1910 visualizzazioni
Disponibile in
Tag

Link &
Download

Area riservata alla Famiglia Saveriana.
Accedi qui con il tuo nome utente e password per visualizzare e scaricare i file riservati.